5º Capítulo. Los primeros de Filipinas
Con
buen viento y mar tranquila, a mis casi 16 años, partimos Esteban, su mujer Jacinta
y su hija Ana, de 18 años. Durante el viaje, hablamos mucho. Eran una familia
muy amigable y cariñosa. Nada más conocerlos, Jacinta me indicó que debería
llamarla Jacinta, a su hija Ana y que al mayor, todos le llamaban Coronel,
incluso la familia. Él era un hombre rígido y disciplinado. El clásico ejemplo
de militar. Normalmente, ellas y yo hablábamos en cubierta de múltiples cosas y
el Coronel se entretenía con el capitán del barco. (Creo que después de este
viaje se dedicó a otra cosa). Hubo alguna vez, que, en las conversaciones que
manteníamos, Jacinta soltó la clásica pregunta…
– ¿Y qué, dejas alguna novia en Inglaterra?
Yo
pensé en Desiré, y dudé, pero al fin la mande a la mierda mentalmente y
respondí.
– No, Jacinta, no dejo a nadie.
– No pareces muy convencido. Quizá te enamores de Ana
y no eches de menos a nadie allí. ¿Te parece bonita Ana?
– Claro que sí, mucho, al igual que tú. El Coronel
tiene mucha suerte al tener dos mujeres tan hermosas como vosotras dentro de su
casa.
– El Coronel no sabe lo que tiene. Dijo como protesta, y cambió la conversación.
Cuando
llegamos a la Filipinas, todavía nos esperaba un largo viaje en carreta y
caballos hasta el fuerte, pero aguantamos todo, calor, bichos, mala comida,
salidas rápidas tras las matas del camino para evacuar lo que nuestras tripas no
podían mantener sujeto…
Una vez
instalados, disponíamos de una gran casa junto al fuerte, con criados, por
supuesto, y casi tantas habitaciones como en casa de mis padres. Yo empecé como
soldado en uno de los batallones, donde puse todo mi interés. La zona no era
precisamente pacífica, y todos los días había escaramuzas con los ladrones,
rebeldes propios y rebeldes vecinos. Mi manejo de las armas, mi prudencia y mis
ideas, me llevaron a ser pronto teniente de lanceros. El teniente más joven de
la Filipinas. Pero antes…
En la
casa vivía una mujer filipina, de unos veinticinco años, llamada Akuti que
estuvo casada desde los doce años, con un hombre que había fallecido. En la
zona se practicaba el rito Sari que consistía en que la esposa era arrojada al
fuego de la pira del marido, la familia lo intentó pero ella se negó, huyó y
fue rescatada por el antiguo Coronel, que la llevó a su casa y la tuvo de
criada. Nunca había querido a ese hombre, parece ser que muy mayor ya cuando se
casaron y no estaba dispuesta a perder una vida que no había vivido.
No
podía salir de la casa, porque si la encontraba por la calle algún pariente
fuera de su familia o de la de su marido, la matarían. Lo único que había
sacado de ese matrimonio era que su marido le había permitido aprender, e
incluso le había enseñado algunas cosas él mismo, tal que así, además de una
gran cultura, hablaba varios idiomas y algunos dialectos del país.
Cuando
me contaron la historia, le pedí que me enseñase la lengua del país, y los
dialectos de los habitantes de la zona que defendíamos. Accedió gustosa y dos
días a la semana nos reuníamos en mi habitación durante una hora para enseñarme
el idioma y costumbres. Cuando no tenía servicio ni tenía que estar en el
cuartel, permanecía en la vivienda, ya que nunca me había gustado beber, y allí
era lo único que se podía hacer. Eso o ir de vista al mercado. Cosa que me
pedían Jacinta y Ana frecuentemente para que las acompañase y protegiese.
El Coronel
lo veía bien, porque así le podía informar si alguien se les acercaba, ya que,
según me enteré, había pedido el traslado a la india porque su mujer había
tenido o querido tener un lío con alguien, por lo que decidió poner tierra de
por medio. El Coronel acostumbraba a darme dinero por mi servicio de
protectorado y vigilancia de sus hembras.
– Toma, que tú sueldo es bajo. Lleva a mi mujer y a mi
hija de compras y cómprate algo tú también. Cuando volváis, me cuentas lo que
habéis hecho y con quien habéis estado.
Con eso
se ganaba tener un informador para evitar los posibles engaños de su mujer. Uno
de los días de mercado, pasamos ante un puesto donde un ermitaño o algo así,
esquelético a más no poder, permanecía con las piernas separadas y entre ellas
una enorme piedra colgada de su polla, cuya punta estaba por debajo de su
rodilla. Preguntamos al acompañante que nos traducía, qué hacía ese hombre…
– Ser hombre santo. Venir a la ciudad por comida para
seguir en su soledad, allá en la montaña. La piedra es para hacer penitencia
por encontrarse fuera de su solitaria cueva.
Jacinta dijo… – ¡Vaya
cosa que tiene! Y mirándome a mí ¿A ti te gustaría tener algo parecido? ¿O
quizá lo tienes ya?
– No, que va, qué más quisiera yo. A mí solamente me
llega a medio muslo.
– ¡No me digas! Soltó con gran énfasis.
– Pues te digo, mal medida tiene unas nueve pulgadas
por dos de ancha (unos 23 x 5 cm)
– ¡Eso habrá que verlo! A tu edad con esa hermosura…
– Cuando quieras.
Le dije
descarado, no era del todo verdad, por no llegaba a ocho pulgadas por menos de
dos, pero total, ya estaba curado de espanto. Si le parecía pequeña, me daba
igual y la verdad es que no tardó mucho en comprobarlo. Cuando volvimos, el
mayor me tomó por el brazo y me hizo un hablo apartado… – ¿Qué tal muchacho? ¿Cómo ha ido el mercado?
– Muy bien mayor, parece que las señoras han
disfrutado con sus compras y los regateos en los tenderetes.
– ¿Y se ha encontrado con alguien conocido?
– ¡Qué va, mayor, si al verme con el uniforme de
soldado, no se acercaban ni los ladrones!
– Muy bien, hijo mío, y ¿qué vas a hacer?
– Ahora, después de cenar, me daré un baño y me
relajaré un buen rato, luego me iré a la cama, leeré un rato y a dormir, ya
sabe, Coronel, que no me gusta beber ni salir de noche.
– Eso está muy bien, hijo, yo me iré al club de oficiales
y cenaré allí. Vendré un poco tarde. Y si no te importa, te dejo al cargo de la
casa.
– Gracias Coronel, lo acepto gustoso. No creo que se
produzcan incidencias, pero si hay alguna, le avisaré de inmediato siempre a
sus órdenes Coronel.
– Te dejo entonces que tomes tu baño. Hasta mañana,
que me estarán esperando mis colegas.
Dejé de
preocuparme por ello, fui a mi dormitorio, me desnudé, tomé un albornoz y me
fui al baño. Éste era una habitación en la que había una piscina de unos cinco
metros de larga por unos dos de ancha, con distintos niveles de profundidad,
que se oscilaban entre el metro y los diez centímetros de altura de agua. Me
metí en el agua tan refrescante y me dispuse a realizar una de las tareas que
me resultaban más gratificantes desde que había salido de Inglaterra.
En ello
estaba, con mi polla en totalmente erecta y a reventar por no haberla podido
calmar durante el día, recorriéndola con mi mano con distintos cambios de
ritmo, cuando se abrió la puerta, que estaba a mi espalda y apareció Jacinta
que vino directa hacia mí. Cuando me di cuenta, la tenía a mí lado…
– ¡Madre mía! ¡Tenías razón! ¡Vaya alabarda que te gastas
para la edad que tienes!
– Sí, ya lo sé, es demasiado pequeño. Ya me lo han
dicho varias veces.
– ¿Pequeño eso? ¡Pues con el que lo has comparado
tiene que ser monstruoso! ¡Tendrás que presentármelo! ¡Jamás había visto algo
tan grande y gordo!
Yo me
quedé totalmente desorientado. Siempre había pensado que la tenía pequeña,
desde que, de niño, la comparaba con la de mi padre y hermano. Nunca pensé que
crecería a la vez que yo. No obstante, enseguida me olvidé del tema, al fin y
al cabo, nunca había tenido problemas por ello y lo único que me molestaba es
que me dijesen que era pequeña porque me parecía más infantil.
– ¿Me dejas probarla?
– ¡Tu misma, sírvete a tu gusto!
Se
quitó el Saris, vestimenta que había adoptado desde que llegó allí por su
comodidad, ya que simplemente es una tela que rodea el cuerpo y cae por el
hombro, quedando totalmente desnuda. Pude observarla mientras entraba en el
agua. Se conservaba bien a sus treinta y cinco, treinta y seis años. Tetas
grandes todavía bastante altas, coño de vello recortado y negro, culo respingón
con algunos gramos de más…, buenas y largas piernas, un poco de tripa que en
nada la afeaba. En fin, una mujer muy apetitosa.
Se
arrodilló a mi lado, en el agua y tomó mi polla que sobresalía porque estábamos
en la parte menos profunda, comenzó a lamerla desde la
base a la punta, entreteniéndose en darle rápidos lengüetazos en el borde del
glande. Después de tres o cuatro recorridos, se la metió en la boca. Sabía
tragar pollas. Se la metía toda entera, presionando con la lengua, lo que la
hacía parecer más estrecha. Yo ya estaba casi a punto con mis manipulaciones
anteriores, así que se lo hice saber que el geiser estaba a punto de estallar…
– Me voy a correr. Ya casi estaba a punto cuando te has
corrido.
Ella
había acelerado la mamada al escucharme y no me había podido contener,
descargando todo en su garganta, que no fue desperdiciado en nada. Sin duda le
gustaban las pollas y de lo que de ellas eyaculaban… no era la primera vez que
lo hacía
– ¡Y además muy rico!
Como
siempre y sobre todo después un tiempo de abstinencia, la erección bajó muy
poco. La tomó con su mano y empezó a pajearme. Arrodillada a cuatro patas como
estaba, sus tetas se encontraban colgando, con los pezones sumergidos bajo el
agua. Alargué mi mano y comencé un frotamiento circular con la palma sobre la
punta de sus pezones, que ya estaban duros y grandes. Enseguida terminó de
ponérseme totalmente dura y ella, sin más dilación, se levantó, puso una pierna
a cada lado de mí y la punta de mi cipote la encauzó a la entrada de su coño.
Mostraba toda la raja abierta recorriéndola con mi glande y en un momento encontró
la bocana de su grieta y comenzó a bajar despacio, con paradas y pequeños
empujones, mientras soltaba pequeños quejidos… – ¡AAAAAHHHHH! ¡OOOOOHHHHH! ¡UUUUUFFFFFFF!
Y repetía, hasta que consiguió que le entrase entera.
– ¡Madre mía! ¡Me siento como de parto! ¡Creo que me
vas a reventar con eso dentro!
Yo
disfrutaba de la presión que ejercía sobre mi polla. Se arrodilló con una
pierna a cada lado y mi polla dentro, y comenzó un movimiento metiéndosela y
sacándosela, pero no de abajo arriba, sino de delante atrás, con lo que mi
polla rozaba su clítoris, y al doblarla me generaba una tremenda presión. Ella
debía estar también muy excitada con mucha hambre atrasada, porque no tardó ni
un minuto en anunciar su corrida.
– ¡OOOOOOHHHHHHHH! ¡ME CORROOOO! ¡ME ESTOY CORRIENDO
COMO NUNCAAAAAAA! ¡AAAAHHHHH!
Pero no
se detuvo con las convulsiones que notaba en todo su cuerpo y en mi falo
presionando por sus músculos vaginales. Siguió moviéndose, cambiando de ritmo y
dirección, lo que me estaba volviendo loco de placer. Aún tuvo tres orgasmos
más, hasta que le anuncié que estaba a punto otra vez, por lo que ella
arremetió con más ganas llegando a chocar una y otras vez mis huevos en su coño
y por fin eyaculé fuerte dentro de su vagina.
Ello lo recibía con agrado retorciéndose a cada aldabonazo, recepcionando
todo lo que tenía para darle… cuando acabé de inseminarla, se salió, y se la
metió en la boca para. Después de dejarme totalmente limpia la polla, se estiró
en el agua hacia la parte más profunda, siguiéndola al momento. Nos besamos,
acaricié sus tetas, chupé sus pezones, estuvimos un rato jugueteando en el
agua, tocándonos por todas partes. Poco a poco volvimos a estar preparados para
una nueva sesión.
La
senté en el borde de la piscina, en la parte profunda, donde si me encontraba
arrodillado, mi boca caía justo en su coño. La abrí bien de piernas y comencé a
comérselo, poniendo todo mi mejor saber hacer. Recorría con mi lengua su coño
de arriba abajo y viceversa. Cuando empezó a gemir, le metí primero un dedo y
luego dos. Coloqué sus piernas sobre mis hombros y ella se tumbó en el suelo.
Seguí con mi tratamiento mientras ella ya no emitía gemidos, sino auténticos
gritos.
Al momento, apareció Ana terminándose de quitar la última prenda y, colocando una rodilla a cada lado de la cabeza de su madre, apretó el coño contra su boca, con lo que los gritos de la madre, se cambiaron por los gemidos de la hija…
– ¡MMMMMM! ¡Qué gusto! Llevo un rato
viéndoos y ya estaba harta de masturbarme. ¡MMMMM! ¿Me dejáis participar en los
juegos?
Nadie
respondió, ya que cada uno estaba a lo suyo. Al poco rato, Jacinta, la madre,
empezó a agitar el culo, en señal de que se estaba corriendo, por lo que centré
mis caricias bucales en su clítoris y aceleré mis dedos dentro. La hija, que si
que debía estar muy caliente, se corrió siguiendo los estertores de su madre y
cayendo sobre ella. Yo me retiré y ellas entraron en el agua. Nos sentamos y me
preguntaron muy interesadas…. – ¿Te ha
gustado la escena?
– Por supuesto. Esas cosas siempre me encantan.
Contaron
que en Inglaterra compartían los amantes y cuando no los tenían, se consolaban
mutuamente madre e hija, utilizaban instrumentos con formas fálicas que se
introducían una a la otra en sesiones de sexo interminables en las horas
aburridas de la campiña inglesa.
– Y por qué le engañas. ¿No le quieres?
Jacinta
comentó que el Coronel no la tenía bien atendida y sabía de sus aventuras con
otras…
– Nuestras relaciones son un desastre. Su picha es
pequeña, no me ayuda a excitarme ni practica ningún juego previo, directamente
se sube encima, intenta meter su cacahuete y se corre casi antes de hacerlo entre
mis labios vaginales. Sus menos de diez centímetros no sé como lograron
preñarme de Ana. Luego mi esposo pregunta… ¿ha estado muy bien, verdad? Le
respondo, Si cariño. Se da media vuelta y se duerme. ¿Comprendes el por qué?
– Si claro. ¿Y lo vuestro?
– Un día encontré a Ana con un muchacho y los
coaccioné para que me incluyeran en sus actos. Aceptaron y fue una auténtica
orgía. Mi hija y yo hablamos de lo mucho que nos había gustado y decidimos
repetirlo siempre que pudiésemos. Como el hablar y recordarlo, nos había puesto
caliente, nos dedicamos atenciones mutuamente y decidimos pedírnoslo cada vez
que tuviésemos ganas. Y desde entonces nos consolamos mutuamente…y nos corremos
a gusto.
Como se
había hecho tarde y el Coronel debía estar a punto de llegar, nos fuimos cada
uno a nuestra habitación. Yo me entretuve leyendo tanto mis notas sobre
costumbres e idioma como libros de técnicas militares que sacaba del cuartel. Cuando
llegó el mayor, todavía estaba despierto, y al ver luz, entró en mi habitación.
Iba bastante bebido, pero aún tenía la suficiente lucidez para preguntarme con
voz pastosa…
– ¡Buenazzznooochees, Juan. Debelías estar domido ya!.
– Buenas noches Coronel, sí, voy a acostarme ya, se ha
pasado el tiempo volando mientras leía.
– ¿Ha venido alguien mientras yo estaba fuera?
– No, Coronel, he estado con su mujer y su hija hasta
que, hace un rato, nos hemos retirado a nuestras habitaciones y no ha venido
nadie.
El,
satisfecho, me dio unas monedas y dijo dando media vuelta y saliendo.
– Gracias, cómprate algo. Y no te acuestes tarde,
hijo.
Al día
siguiente, después de la marcha del Coronel, me fui a bañar, recibiendo la
visita de la madre y de la hija, casi sin darme tiempo a sentarme. Se ubicaron
una a cada lado y empezaron a acariciar mi cuerpo, una por cada lado, lamían
mis pezones, se alternaban en sobarme la polla y las besaba alternativamente. También
yo besaba su cuello, lóbulos y bajaba hasta sus pezones, en unos juegos que nos
proporcionaban risas y suspiros. En un momento dado, con mi polla a reventar.
– ¿Mamá, me concedes ser la primera, ya que ayer fue
toda para ti? Dijo Ana
– Por supuesto, hija, adelante… este semental tiene
cuerda para darnos a las dos.
Y sin
más, se puso a caballo sobre mí, dándome la espalda y se la fue metiendo poco a
poco.
– ¡UUUFFFFF! Tenías razón, mamá, te llena toda.
¡MMMMMMMM! ¡Hasta el mismo útero!
Empezó
a moverse adelante y atrás, lo que me provocaba una fuerte fricción de su coño
con mi polla, que me subía la temperatura a pasos agigantados. Mientras tanto,
su madre se puso de pie, colocó una pierna a cada lado de mi cabeza y el coño
en mi boca. Comencé a chupar y lamer, mientras con una mano acariciaba su culo
y metía mi dedo en el ano y con la otra acariciaba el coño de la hija. Después
de dos orgasmos casi seguidos de la hija, se separó para ser sustituida por la
madre en un intercambio de papeles. No se oía otra cosa que gemidos y suspiros.
– ¡MMMMMM! Qué gusto. ¡Cómo me llena el coño! ¡Jamás
me han llenado de esta manera…!
– ¡AAAAAAAAAAAA! Sigue, sigue. ¡Cómeme todo! Decía por otro lado la hija.
– ¡…
SLUP,SSLLLFFFF!
– ¡MMMMM! Me
corrooooo.
Cuando
noté que mi orgasmo se aproximaba, anuncié…
– ¡MMMMMM! Me voy a correr.
Jacinta
en un movimiento increíble avanzó hasta sacarse la polla del coño totalmente y
en un movimiento de retroceso, se la encajó en el culo, en un movimiento visto
y no visto, siguiendo con sus movimientos. No tardé mucho en correrme,
llenándole el culo con una buena descarga. Aún seguimos un buen rato
intercambiando entre una y otra hasta que obtuve mi segundo orgasmo y ellas
habían perdido la cuenta de los que llevaban. Cuando dimos por terminada la
sesión, nos retiramos a descansar a nuestras habitaciones. Yo estuve leyendo y,
como el día anterior, pasó el Coronel, que, después de algunas vueltas, hizo la
pregunta de rigor…
– ¿Ha estado alguien con mi mujer o mi hija?
– No Coronel, solamente he estado yo hasta que se han
ido a dormir.
Me dio
otra vez monedas a cambio de follarme a sus hembras y repitió la frase del día
anterior.
– Gracias, cómprate algo. Y no te acuestes tarde,
hijo.
Unos
días después, estando recibiendo mis clases de idiomas, dialectos y costumbres,
notaba a Akuti, la sirvienta y profesora, como huidiza y nerviosa. Le temblaban
las manos y, a veces, parecía que me iba a decir algo, pero se arrepentía. Al
final, le dije…
– ¿Qué te pasa Akuti? Estás nerviosa, y como deseosa
de contarme algo.
– Perdona Sir, quiero decirte algo, pero no encuentro
la forma. Además, podría no gustarte y enfadarte conmigo y castigarme.
– No temas Akuti, dime lo que sea, que no me voy a
enfadar, y mucho menos castigarte.
– Verás
Sir. Estos días he visto lo que hacías con las amas y he sentido un calor en mi
cuerpo como que no había sentido nunca. Me he sentido deseosa de que me
hicieses a mi lo mismo para saber qué se siente y el porqué de tantos gemidos y
gritos de placer.
– ¿Nos has estado espiando?
– No, Sir. Las amas dejaban la puerta abierta y yo he
mirado por una rendija por casualidad.
– Pero ¿Tú no has disfrutado del sexo ya?
– No creo Sir, no lo sé.
– Pero… ¿Tú no eres viuda? ¿No estuviste casada?
– Si Sir, a los 13 años, mis padres me vendieron a mi
marido por un cerdo y seis cabras. Mi marido era un hombre muy mayor ya, y me
quería más para que le diese calor que para que actuase de esposa. Yo carecía
de experiencia, nadie me explicó nada, yo no sabía qué hacer.
Hizo
una pequeña pausa y siguió…
– Lo más parecido a lo que he visto, era que me
obligaba a chupar su polla flácida como un cordel y pequeño, a veces durante
horas, aguantando su mal olor y sabor hasta que se dormía. Alguna vez, emitía
un corto gemido y echaba en mi boca un líquido blancuzco, de mal sabor también,
entonces, mi labor había acabado y podía acostarme a su lado.
Otra
pausa
– Jamás se preocupó por mí. Los momentos en los que me
prestaba más atención, era cuando me pegaba porque, según decía, había hecho
algo mal. Cosa que nunca sabía el porqué, ya que tampoco me daba más
explicaciones.
Pausa
– Cuando falleció, sentí una alegría inmensa, hubo
tres días de luto y durante ellos, los familiares me obligaron a estar
velándolo, alimentándome solo con agua. Cuando lo llevaron a la pira, yo
pensaba que quedaría liberada, pero tras encenderla y arder un buen fuego, los
familiares me cogieron con intención de echarme a la pira. Me revelé y sacando
fuerzas de no sé donde, conseguí soltarme y salir corriendo, perseguida por
ellos, hasta que choqué con el antiguo Sir mayor, quien me protegió y trajo
aquí….
Cuando
terminó, nos quedamos un momento en silencio. Ella me miraba con miedo,
mientras asimilaba lo que me había contado.
– Entonces… dije
al fin – ¿Todavía eres virgen? ¿Nadie ha penetrado en
tu sexo?
– No Sir, nadie me ha tocado ahí, ni en ningún otro lado,
excepto lo que hacía con mi marido por la boca.
Estábamos
sentados en un banco, arrimado a una mesa. Se encontraba a mi lado. Moví mi
mano hacia ella, que entendiendo mal mi gesto, se apartó un poco, pero se
mantuvo en el sitio, esperando mi golpe. Yo la tomé del hombro y la atraje
hacia mí, con la otra mano, acaricié su mejilla, la tomé de la barbilla y
deposité un suave y casto beso en sus labios. Aquella mujer necesitaba más que
nadie en el mundo del cariño de una persona, y si era de un hombre mucho mejor.
Seguí acariciando y besándola, avanzando cada vez más, hasta meter mi lengua en
su boca y jugar con la suya, que pronto aprendió a manejar. Nos pusimos de pie,
la abracé contra mi cuerpo y seguí con su nariz, sus ojos, su frente, su cara
su cuello. Tenía los ojos brillantes, cuando un criado llamó a la puerta porque
me esperaban en otro sitio, ya que había pasado el tiempo habitual que
dedicábamos al estudio.
– Esto
es solamente el principio, le dije. – Cuando
vuelvas seguiremos lo que hemos empezado. ¡Han empezado tus días de gozar del
placer sexual con un hombre!
Desgraciadamente,
la llamada era porque íbamos a realizar una expedición de castigo a los
rebeldes de más al norte, según nos informaron, y tardamos una semana en
volver. Todavía no tengo muy claro para quién era el castigo de la expedición.
Salimos del fuerte más de 400 hombres y regresamos unos 350. Creo que
eliminamos unos 10 insurgentes, y la mayoría de los que volvimos tuvieron que
permanecer en cama más de un mes.
Los
oficiales eran jóvenes que ingresaron en el ejército la mayoría directamente
con ese cargo, gracias al dinero de sus familias. Procedían de los miembros más
descarriados de esas familias, que los metían en el ejército para que
aprendiesen disciplina. Con estas razones, carecían de interés por conocer el
espíritu militar, eran violentos y bebedores, maltrataban tanto a soldados
ingleses como nativos y, generalmente, no eran apreciados por sus hombres
Los
oficiales solamente querían destacar sobre los demás, con el fin de obtener
méritos para ascender y acceder a otros fuertes más importantes o a la propia
Inglaterra. Nos obligaban a caminatas agotadoras sin sentido. Nos llevaban por
sitios que hasta el manual para tontos decía que debían ser evitados, lo que
aprovechaban lo rebeldes para atacarnos. Presentábamos batalla en situaciones
totalmente adversas a nosotros.
Si no
hubiese sido por nuestra mayor disciplina y armamento, no habríamos vuelto
ninguno.
En mi
pelotón, en la primera escaramuza, caímos en una encerrona, junto al resto de
nuestra compañía. En el primer momento, murió el cabo que nos dirigía. Al no
haber nadie dispuesto a hacerse cargo, opté por ser yo quien lo hiciese,
organizando a los hombres y a los de otros dos pelotones que estábamos juntos,
para realizar un ataque, ocultándonos en el terreno, sobre el enemigo, en el
que, siguiendo mis instrucciones, caímos gritando como posesos y disparando a
todo lo que se movía. No hubo buena puntería, pero los insurrectos que tenían
bloqueada a la compañía, pensando que los atacantes éramos más, salieron
huyendo a toda marcha.
Fui
felicitado por mis superiores y, ante la escasez de mandos, y personal
preparado, y habiendo demostrado mis dotes de mando y organización, así como mi
rápida respuesta ante el peligro, fui nombrado sargento de la primera compañía.
Uno de los días en el que la compañía acampó para reponerse, recibí la orden de
elegir a seis hombres e incorporarme a una patrulla junto a otros doce, dos
cabos y un teniente, con la misión de recorrer la zona buscando rebeldes y
proteger e informar a la compañía.
En
nuestro patrullar, entramos en un poblado de chozas, habitado por viejos,
mujeres y niños. Era ya las últimas horas de la tarde y nuestro teniente
decidió pasar la noche allí para estar más o menos cubiertos. A mí me pareció
sospechoso que no hubiese hombres y mujeres jóvenes, que, entre otras cosas,
pudiesen ser las madres de los niños, y así se lo hice saber al teniente, el
cual se rió de mis temores diciendo que habrían huido al vernos.
Por la
noche, no me costó convencer al teniente de que mis hombres hiciesen la primera
guardia, por lo que los mandé camuflarse alrededor del poblado y que no
hiciesen el menor ruido, haciéndoles partícipes de mis temores. Las órdenes
eran no hacer nada si veían acercarse a alguien mientras no viesen intención de
atacar o disparar. Si intentaban entrar en el poblado, que los dejasen pasar y
comenzasen a disparar para pillarlos entre dos fuegos y si solamente quedaban a
la espera, no hiciesen nada hasta que yo disparase.
Yo
elegí un árbol cuyas ramas me proporcionaban un cierto acomodo, teniendo a mi
derecha el poblado y a mi izquierda la selva espesa, mucho más oscura y
tenebrosa en la oscuridad.
Así
pude observar cómo el teniente tomaba a una de las mujeres más jóvenes de entre
las que había y se metía en una de las chozas. Tras esto, el resto de los
hombres prepararon su fiesta… Colocaron a las cinco mujeres más viejas y
desdentadas, desnudas y arrodilladas, en un círculo mirando hacia fuera.
Amontonaron paja y hierba seca de los animales junto al círculo y tumbaron
sobre ella a las otras cuatro mujeres previamente desnudadas.
Se
desnudaron todos y comenzaron su juego. Sortearon un orden entre ellos y los
cabos y los dos primeros se pusieron a follar a las mujeres más jóvenes,
mientras los otros se colocaban delante de las viejas y les iban follando la
boca. El resto hacía fila esperando. El último, a ritmo de paso marcial… – Un, dos, tres, cuatro, Un, dos, tres,
cuatro, Un, dos, tres, cuatro, ¡Cambio!
Y todos
se movían una posición para follarle la boca a la siguiente. Cuando alguno se
corría, salía del círculo y se colocaba en la fila. Cuando los que se follaban
a las más jóvenes por el coño se corrían dentro de ellas, también volvía a la
fila, mientras que el siguiente del círculo pasaba a follarla y uno de la fila
ocupaba su lugar…. Así estuvieron mucho rato, porque conforme se iban
corriendo, aguantaban más en la siguiente ronda, lo que llevaba a que cada una
de las mujeres pudiese soportar al menos diez corridas dentro de sus coños.
En esto
estaban, cuando escuché ligeros ruidos y vi desde mi posición, cómo se
acercaban los rebeldes ocultos por la maleza. Debían de haber rodeado el
poblado y no debían de ser muchos, porque quedaron ocultos esperando,
probablemente a que los hombres se durmiesen.
Empecé
a pensar que podían ser un peligro para todos y que, si lanzaban un ataque
rápido sobre los compañeros, tenían todas las de ganar, por lo que, a la luz de
la luna llena, localicé a los que estaban a mi alcance, que eran tres e hice
tres rápidos disparos que acabaron con sus vidas. Al momento, se oyó una
descarga cerrada de mis hombres, como puestos de acuerdo para disparar, seguida
de disparos sueltos, indicando que habían localizado más rebeldes.
Los del
poblado, tomaron las armas que habían dejado junto a sus uniformes en el suelo
y desnudos como estaban corrieron a protegerse donde pudieron. Al mismo tiempo,
los rebeldes, que habían quedado sorprendidos, reaccionaron al grito de su jefe
y entraron en el poblado disparando y vociferando. Por suerte, los habíamos
mermado lo suficiente para que, cogidos entre los vigilantes y los folladores,
fuesen barridos en un momento.
Cuando
el teniente salió de la choza, ya había terminado todo. Hubo que convencerle
que perseguir a los tres o cuatro que habían escapado por la selva era un
suicidio de los que fuesen a perseguirlos, porque los conocedores del terreno
eran ellos y un hombre bien escondido podía cargarse a toda una compañía.
Ya
nadie durmió esa noche ni se reanudó la fiesta, entre otras cosas porque dos de
las viejas y una de las jóvenes habían muerto por el fuego cruzado y porque ya
nadie tenía ganas de divertirse pensando en lo cerca que habían estado de la
muerte.
Al día
siguiente nos reunimos con el resto de la compañía, nuestro oficial dio su
informe y los soldados comentaron lo ocurrido, corriendo la historia por todo
el campamento y llegando a oídos del comandante en jefe, al que la versión que
había dado el teniente era muy distinta, atribuyéndose todo el mérito…. Fui
llamado ante él para que le informase de lo sucedido, tomó sus notas y me
despidió.
Durante
los días siguientes, fuimos cayendo en las emboscadas más tontas, algunas de
libro, muriendo muchos hombres de las otras compañías. De la nuestra no murió
nadie más, porque el teniente bajo cuyo mando estaba yo, que era un compendio
de tonto, vago e inútil confió en mis consejos y buscábamos la forma de causar
los mayores daños con el menor esfuerzo en materiales y hombres. Éstos, al ver
la nueva forma de actuar, empezaron a confiar plenamente en mí y obedecían las
órdenes con prontitud y efectividad. Todo eso hizo que al volver, la primera
compañía fuese nombrada y premiada con honores, lo que empezó a crear
resquemores entre las demás compañías y oficiales.
Después
de siete largos días volví a la casa, en el día y hora de mi clase,
encontrando, al entrar en mi habitación, a Akuti sentada en su sitio habitual
del banco, de espaldas a mí, sin volverse al entrar yo. Cuando me acerqué,
temblaba. Besé su cuello, levanté su pelo y besé su nuca, acaricié sus mejillas
desde detrás y comprobé que lloraba.
– ¡Akuti, no sabes cuánto te he echado de menos! Quiero
seguir con lo que dejamos pendiente al marcharme. ¿Todavía lo deseas?
Ella
asintió con la cabeza. Tomé su mano… – Necesito
tomar un baño. ¿Me acompañas?
Se puso
en pie y salimos hacia el baño. Por el camino nos cruzamos con el Coronel, el
cual me felicitó y me invitó a celebrarlo con él en el club de oficiales.
Rehusé alegando que tenía otros planes, el, viendo que llevaba a Akuti de la
mano y los albornoces, sonrió.
– Disfrutad, que os lo habéis ganado.
Una vez
en la piscina, nos desnudamos mutuamente entre besos y caricias y nos metimos
en el agua. Ella fue lavando mi cuerpo y yo seguí acariciando el suyo, cuando
no podía aguantar más mi erección, la senté en el borde de la piscina y le
estuve comiendo el coño despacio. Mi intención era lubricarla y excitarla lo
suficiente para que no le molestase mi entrada y la pérdida de su virginidad…
ella tan obediente, se rasuró toda la vulva dejándola al estilo francés. Después
de llevarla un par de veces al borde del orgasmo y cuando tenía próxima la
tercera, me levanté y puse mi polla a la entrada de su coño, punteando y
sacando mientras rozaba con la punta su clítoris, para volver a bajar y meter
un poco más.
– ¡AAAAAAAAAHHHHHH! Cómo me gusta. Jamás había sentido
esto. Métemela toda ya, quiero sentirla dentro. Decía ansiosa por ser follada.
– Espera, aún falta un poco, disfruta de esto. ¿Te
gusta mucho?
– ¡SSSIIIIIIIII!.
– ¿Quieres que siga?
– ¡SSIIIIIIII! No pares.
– ¿Sientes como te entra?
– ¡OOOOOHHHHH! ¡SSSIIIIIIII! Métela ya Sir ¡La
necesito entera dentro de mí!
Con
estas y otras frases, fui metiéndola, hasta que encontré una mayor resistencia
al alcanzar el himen. Detuve el avance y metí mi mano entre nuestros cuerpos
para alcanzar su clítoris, y empecé a acariciarlo, al tiempo, empecé a entrar y
salir, recorriendo el territorio conquistado. Cuando sentí que se empezó a
correr, empujé hasta dentro rompiéndole la virginidad. Acelerando el masaje del
clítoris, le hice estallar en un tremendo orgasmo, que empezó abrazándome y
terminó sujetándose en mi cuerpo entre caricias y besos.
Cuando
se repuso con halito… – ¡Gracias Sir, no
sabía que podía ser tan hermoso!
– De nada Akuti, te lo merecías después de lo que has
pasado en tu vida.
– Ahora debo ser yo la que te de placer a ti. Te lo
daré con mi boca, porque sé que te gusta.
– No Akuti, sé que no te gusta por tu mala
experiencia.
– Pero las amas te lo hacían y no parecía
disgustarles.
– Prueba entonces, y si no te gusta, te retiras.
Tras el
enjuague de mi verga, ahora fui yo quien se sentó en el borde y ella la que se
metió entre mis piernas para empezar a lamer y chupar como había visto a sus
amas. Tragaba todo lo que podía, y la sacaba hasta lamer los bordes del glande.
También hacía algo que no logré descubrir, que imagino sería lo que le gustaba
a su marido, pero que me daba un gran placer, hasta el punto que pronto le
indiqué que estaba listo para correrme. Ella ni paró ni disminuyó el ritmo, lo
que provocó que mi abundante corrida contenida entrase directamente a su boca y
garganta. Cuando terminé, procedió a dejármela limpia y se puso a mi lado.
– ¡Me ha gustado mucho! ¡Ha sido muy excitante! Tu
polla no tiene mal sabor, al contrario y tu semen sabe a gloria… ¡Ha sido una
delicia comerle la verga… ME HA ENCANTADO!
Seguimos
besándonos un buen rato más, luego nos fuimos a mi habitación donde continuamos
nuestra fiesta particular. Volví a comerle el coño, estuve dilatando su ano,
tuvo tres orgasmos más. No quise penetrarla para no causar dolor, por lo tanto volvió
a mamarla y una vez la tuve dura la follé por el coño hasta que me corrí
dentro… quedé totalmente satisfecho con los huevos completamente secos, dejando
el coño y el estómago de Akuti repletos de semen.
Al día
siguiente, volví con la madre y la hija. Al poco de empezar, vi que ella estaba
mirando. La llamé y vino con la cabeza gacha, avergonzada. Le pedí que se
desnudase y participase de nuestros juegos. Jacinta y Ana ya sabían lo nuestro
y no se opusieron. Ellas la ayudaron a entrar en el agua y fueron las primeras
en ponerse a excitarla. Recorrieron todo su cuerpo, hasta que terminaron
comiéndole una el coño y otra el culo, a la vez que se lo dilataba.
Yo
alternaba clavando mi polla un rato en el coño de la madre y otro en el de la
hija dispuesta a cuatro patas como dos buenas perras, hasta que ambas
alcanzaron su orgasmo. Después, coloqué a Akuti en el borde de la piscina,
tumbada boca arriba pero con los pies dentro del agua, que a continuación puse
sobre mis hombros, apunté la polla a su ano, ya bien dilatado y fui empujando
poco a poco. Mientras, Jacinta se colocada sobre ella, le comía el coño y la
hija a su madre metida toda la cara en el culo.
Estuve
bombeando un rato, mientras ella gemía como loca disfrutando tanto de la comida
de coño como de la enculada. No sé cuantos orgasmos tuvo esa noche, pero sé que
fueron varios. Al final, me corrí en su culo en parte y los últimos chorros en
la boca de Jacinta. Como siempre, después de un rato de charla, nos fuimos a la
cama, solo que esta vez, Akuti vino conmigo a pasar la noche. Cuando el Coronel
vino a dar vuelta y preguntar me adelanté…
– No ha venido nadie, Coronel, hemos estado los cuatro
juntos pasando un rato entretenido y nos hemos ido a acostar a la vez. Por
cierto, Coronel, como verá Akuti se encuentra conmigo y quiero seguir con ella,
me he enamorado y quiero compartir el resto de mi vida con ella. ¿Tiene algún
inconveniente?
– No hijo, al contrario, estoy muy contento de que
tengáis esa relación. Tenéis mi beneplácito. Ahora me voy a dormir, mañana
hablamos y me contáis más cosas sobre vosotros.
La
historia continuó durante meses, pero con Akuti incluida en nuestros juegos.
Fueron los meses más felices de mi vida. Hubo varias expediciones de castigo,
tan desastrosas como la primera. En una de ellas, el teniente de mi compañía no
supo cubrirse bien y fue muerto a tiros, lo que supuso que yo ascendiera y
ocupase su puesto, siendo felicitado por mis actos de valor e inteligencia,
incrementando así el odio de los demás. El resto de tenientes, no me hablaban
ni incluían en sus reuniones, pero tampoco me importaba mucho
Viviendo
en ese peligro constante y teniendo presente que podría morir en cualquier
momento a mis casi 17 años, quise dejar un descendiente en el mundo si me
pasaba algo. Lo hable con Akuti y aceptó contenta quedarse preñada. Nos pusimos
a ello y al mes ya me anunció que iba a ser padre. La colmé de besos y abrazos
de la alegría desde ese momento solamente vivía para mimarla.
Dos
semanas después de cumplir mis 18 años, hubo un ataque nocturno a la casa del Coronel,
por un grupo desconocido de rebeldes que al parecer buscaba mi muerte, pero la
fortuna hizo que en ese momento estuviese levantado, y pude repeler el ataque
en parte. Y digo en parte, porque los disparos alcanzaron a Akuti, embarazada
de 7 meses y a mi futuro hijo, matando a ambos. Quedé totalmente desolado.
Pensé
en morir con ella porque la vida no tenía sentido para mí. Tras el funeral,
salí yo solo de expedición buscando huellas de los autores, recorrí los
poblados rebeldes y localicé sus campamentos, ya que, por sus ropas, pensamos
que era obra de ellos, me acercaba a escondidas, capturaba uno o varios y los
torturaba hasta matarlos, pero nadie sabía nada. Maté a más de cincuenta, sin
conseguir resultados.
Después
de casi seis meses, cuando ya desesperado volvía a casa, me encontré con un
rebelde anciano, casi ciego, con fusil al hombro. Cuando lo vi, le disparé a
las piernas y quedó tumbado en el suelo. Al acercarme, me di cuenta de que no
me veía, sin embargo, enseguida supo quien era… – Tú eres el que está matando a los míos, verdad. Puedes matarme ya,
hace tiempo que estoy preparado.
Sus
palabras y su actitud me impresionaron, por lo que le pregunté lo mismo que a
todos, pero sin violencia… – ¿Qué sabes tú
del atentado a la casa del mayor?
– Poca cosa. Sé que fueron unos maleantes de la
ciudad, pagados con dinero de algunos de los oficiales del fuerte.
– Sabes algún nombre.
– El que dirigía el grupo se llama Malik, los otros no
lo sé.
– ¿Y los nombres de los oficiales?
– Esos los desconozco, busca a Malik y pregúntale a
él.
Insistí
para que repitiese y me dijese más, pero no cambió ni una sílaba. Lo dejé con
vida y volví a casa, el Coronel, su familia y mis hombres me recibieron con
gran alegría, pero yo solamente sentía odio. Me encerré en mi habitación varios
días para calmarme y pensar. Jacinta y Ana venían a menudo a visitarme y hablar
conmigo para darme consuelo. Tomé una decisión. No dejé de cumplir con mi
obligación, presentando un informe por escrito de todos los poblados y
campamentos rebeldes que había encontrado, así como sus ubicaciones. Gracias a
eso, las siguientes incursiones dieron mejores resultados.
Si te ha gustado el relato, siempre agradezco un comentario al respecto.... TROVO DÉCIMO
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