3º Capítulo. Las hijas de los Duques de
Pastrana
Cuando me aparté de la
cerradura, Dulce entendió que había terminado, se levantó, me tomó de la mano y
me llevó a mi habitación. Allí me recostó sobre la cama, se desnudó y se puso a
mi lado, siguiendo con su tarea anterior, es decir, chupándome la polla. Ahora,
con toda mi atención dedicada a ello, pude sentir lo que eran unos labios
chupando, una lengua lamiendo y una mano acariciando mis testículos. La sentía
entrar y salir de su boca con una suavidad que nunca hubiese podido imaginar.
Cuando llegaba a la punta, me daba unos lengüetazos en la punta que me hacían
ver el cielo, para volver a introducírsela hasta dentro totalmente. Yo gemía
despacito disfrutando de esas nuevas sensaciones.
Se colocó sobre mí, a caballo y
metió mi erguido estoque en su hendidura mojada, comenzando a frotarse contra
él. Yo notaba que entraba y salía de ella, así como el calorcito que emanaba.
Al mismo tiempo, notaba cómo mis testículos se iban humedeciendo.
– ¿Te
estás meando…? Le
pregunté bajito.
– No, ¿por qué?
– Porque desde tu raja está
saliendo chorros de líquido que moja mis testículos…
–
¡¿Testículos?! Llámelos huevos, mi hendidura se llama coño y su pene se llama
polla o verga.
Eso me aclaró mejor el
vocabulario que había escuchado anteriormente. – Chico es mi flujo. Cuando las mujeres estamos excitadas, generamos
este líquido para facilitar la penetración. A muchos hombres les gusta lamerlo.
¿Quieres probarlo? Yo negué con la cabeza.
Ella seguía moviéndose,
alternando movimientos circulares con otros arriba y abajo, mientras me decía. – ¡Mmmmmm! ¡Cómo roza mi clítoris! Lo tengo
ya como un garbanzo de grande y duro… ¡Aaagghhhh! Decía a mi oído – ¡Estoy a punto de explotar! ¡Acarícieme
las tetas y fróteme los pezones!
Procedí a hacer lo que me
indicaba, según recordaba cómo lo habían hecho mi padre y mi hermano, hasta que…
– ¡ASIII, ASIII, ME CORRRO! ¡Mmmm! ¡Aaaagggg!
Cayendo sobre mí.
Se recostó a mi lado y me dijo…
– Ha sido uno de los orgasmos más morboso
e intenso que he tenido. ¿Quiere que siga con usted, señorito?
– Ahora preferiría que no, la
tengo un poco irritada.
–
Sí, será lo mejor, además, todavía es usted demasiado joven para llegar a tener
un orgasmo. A partir de ahora, cuando el señor desee que pasemos un rato
juntos, solamente tiene que hacerme una señal, y yo sabré lo que desea.
(¿Señal? ¿Mi hermano?) – Pero será mejor que nos juntemos en mi
habitación, a la hora en la que sus padres descansan tras la comida.
Sí, asentí yo. Las habitaciones
de los criados estaban en un piso bajo la buhardilla, por lo que era el sitio
más alejado de todas las habitaciones. Dicho esto, me dio un suave beso en los
labios, se vistió y se fue. Yo me limpie los labios con la sábana y me dormí al
instante.
Al día siguiente me desperté
tarde, pero me encontraba feliz. Enseguida me vino a la cabeza la noche
anterior y empecé a sentir la curiosidad de repetir otra vez. En el desayuno,
le hice una seña a Dulce, a la que respondió con un gesto de asentimiento.
Después de eso, ya no recuerdo lo que pasó hasta después de la comida de medio
día, cuando mis padres se retiraron a descansar. Fue entonces cuando me llamó y
la seguí hasta su habitación. Una vez metidos en ella, procedió a desnudarse completamente,
permitiéndome comprobar cómo era a la luz del sol. Era una joven de unos 16 ó 17
años, sus tetas eran puntiagudas y tiesas, no como las de mi madre, redondeadas
y algo caídas. Su culo era muy redondo con los dos cachetes sobresaliendo. Las
piernas normales, más delgadas que las de mi madre, y tan separadas en las
ingles que mostraba toda la raja del coño con un vello muy poco tupido mucho
menos que mi madre.
– ¿Le
gusta mi cuerpo? Me
preguntó mientras se contoneaba y pasaba sus manos por todas partes.
– Sí, le dije. Para que iba a
decirle que no me decía nada, que solamente estaba allí por el gustito que
había sentido cuando me la chupaba. Y que, además, no podía incluirla en mis
juegos…
– ¿Ha estado ya con alguna chica? Me preguntó.
– No,
con ninguna, si no tenemos en cuenta lo de anoche.
– Pues
no se preocupe, que yo le enseñaré.
Se acercó a mí y se arrodilló
delante para estar a mi altura y comenzó a quitarme la ropa. Empezó a quitarme
los zapatos y las medias. Soltó mis pantalones, que cayeron al suelo y los
retiró de mis pies. Desabrochó mi camisa, la abrió y, mientras me la quitaba,
comenzó a darme besos por mi pecho, y sobre todo, a darme lengüetazos en las
tetillas. Ese tratamiento que me estaba dando…, empezaba a gustarme. Siguió
bajándome los calzones, de los que saltó mi polla totalmente tiesa y
retirándolos, mientras me decía…
– ¡Vaya,
qué tenemos aquí! ¡Si hasta parece que se alegra de verme! Yo creo que me sonrojé. – Lo
primero, me dijo. – Vamos a besarnos
¿Sabe besar en la boca?
– No,
no me gusta, me da asco.
– Bueno,
seguramente más adelante le parecerá otra cosa y tendrá más interés. Entonces
le enseñare cómo excitar a una mujer. Yo te le iré diciendo y usted lo va
haciendo.
– ¡Pero
a mí me gusta que me la chupes!
– Eso
después. Para disfrutar con una mujer y que haga lo que usted quieras, tiene
que excitarla primero, y luego podrá pedirle casi cualquier cosa.
– ¡¡Vale!! Dije no muy convencido.
– Acérquese
y vaya dándome besitos por el cuello, como se los da a su madre en la cara o a
las señoras que vienen en la mano.
Yo comencé a darle besos,
mientras ella me corregía cuando no lo hacía bien. Lámame y chúpeme el lóbulo
de la oreja. Tampoco me gustaba, pero ya lanzado, no me importó.
– Tome
mis tetas con las manos, acarícielas y amáselas mientras sigue besándome.
Yo no sabía cómo acariciarlas,
ni lo que era amasarlas pero ella me enseño.
– Vaya
bajando con sus besos y chúpeme los pezones, acarícielos con la lengua… Chúpese
bien el dedo anular…. Ahora páselo con suavidad por mi coño. Manténgalo siempre
húmedo. Nunca se lo ponga a una mujer ahí si está seco y más si ella no está
excitada.
Le pasaba el dedo muy
suavemente, sin dejar de acariciar y chupar su teta y pezón. A ella debía
gustarle, porque emitía algún que otro gemido. Noté que conforme iba pasando el
dedo la carne se separaba y ella gemía más. Yo me lo chupaba y volvía a la
carga. De repente, noté que en la parte superior había aparecido un botoncito,
como uno de los pezones.
– ¿Tienes
otro pezón aquí?
– No,
eso es el clítoris, me
dijo entre tomas de aire mientras lo frotaba…. – Trátelo con cuidado, es uno de los puntos que más excita a una mujer.
Estuvimos mucho rato con estas
enseñanzas. Nos acostamos en su cama. Me hizo repetir muchas de las acciones,
hasta que me dijo… – Chúpeme el coño y
lama mi clítoris.
Yo, que en ese momento me
encontraba chupando un pezón, me aparté y dije… – Puagggg, que asco. Ni hablar. Me da mucho asco.
– Es
algo que tendrá que aprender, no es nada malo y a las mujeres nos gusta mucho.
Además, si quiere que se la chupe, tendrá que hacer lo mismo conmigo.
Así que no me quedó más remedio
que hacerlo. Primero empecé a pasarle la puntita de la lengua por el clítoris,
dando pequeños toques. Como no pasaba nada (sólo que ella gemía), empecé a
bajarla, agitándola como me había enseñado con los pezones. Entonces empecé a
notar un sabor extraño pero no desagradable, por lo que seguí recorriendo su
coño de arriba abajo y de abajo arriba.
Hubo un momento que me pidió
que metiese la lengua, pero no debió de gustarle mucho, porque me pedía ¡más
adentro! Y yo ya no podía más, así que cambió de táctica y me pidió que chupara
el clítoris y que metiera el dedo anular en el coño, con la yema hacia arriba y
que frotase la parte superior. Cuando lo hice, comenzó a gemir y a moverse como
una poseída hasta que noté que soltaba una fuerte cantidad de flujo y dejaba de
moverse, como si se hubiese quedado muerta, pero respirando fuerte…. Cuando
volvió en sí, me dijo…
– Ahora
le toca a usted.
Y sin más, tomó mi polla y
empezó a chuparla, acariciarla, lamerla, sin abandonar a mis huevos, que
también fueron atendidos. A mí esto me gustaba, y recordando las escenas con mi
hermano, le pedí que se colocase encima de mí para comerle el coño otra vez,
para lo que le faltó tiempo, por lo que, al momento, yo estaba lamiendo su coño
y metiendo dedos en él y ella chupando mi polla y huevos con mucho interés,
mientras me pedía que le diese fuertes palmadas en el culo. Ya se me estaba
haciendo largo y ella se había corrido (esto me lo explicó sobre la marcha) dos
veces, cuando propuso cambiar de posición, tras aceptar por mi parte, se puso
de rodillas, a cuatro patas y me pidió que se la metiera por el culo.
– ¿Por
el culo? Dije yo.
– Sí, me respondió. Es lo bastante pequeña para no hacerme daño
y lo suficiente para darme placer.
– ¡No
me gusta! Dije yo, me parece asqueroso.
– ¡Todo
le parece asqueroso y no le gusta…! ¡Si sigue así, tendrá que buscarse otra, y
dudo que le aguante! ¡Estas cosas nos gustan a todas y también tendrá que
hacerlo!
Así que no me quedó más remedio
que ocultar mi vergüenza por tenerla tan pequeña y, de rodillas tras ella,
meter mi polla en su culo, a pesar del asco que me daba, y empezar un suave
meneo. Ella se adapto a mis vaivenes y empezamos un mete y saca muy placentero
para ambos, ya que los dos gemíamos casi a la par, hasta que ella debió tener
un orgasmo, porque tras un fuerte gemido, quedó tumbada, dejándome con la polla
al aire, toda tiesa.
– ¡No
puedo más! Me dijo…. Dejémoslo para otro día.
– Como
quieras, dije yo, Yo también estoy cansado.
Se vistió, me ayudó a vestirme
y que no se me notase nada y me acompañó hasta el cuarto de juegos, donde un
rato después entró mi madre toda sofocada y pidiendo que le trajesen una jarra
de agua.
El tiempo fue pasando. Cuando
pasaban unos cuantos días volvíamos a quedar, aprovechando para enseñarme todo
a cerca del cuerpo femenino y el masculino, en lo relativo a las relaciones
sexuales. Con ella me convertí en un experto. Desde los diez años, mi madre me
cambió la habitación a la otra ala de la casa, donde se alojaban las visitas de
hombres solteros cuando venían y tenían que hacer noche. Esto significaba que,
habitualmente, no había nadie que nos oyese o pudiera darse cuenta de lo que
ocurría, lo cual favoreció en mucho nuestra relación, ya que prácticamente, Dulce
venía cada noche a “enseñarme” o a practicar cosas nuevas que oía del resto de
la servidumbre, entre otras, el beso al que anteriormente me había negado y que
me encantó.
Cuando tenía doce años
aproximadamente, una de las veces en las que estábamos disfrutando de nuestra
intimidad, se produjo un cambio importante en mi fisiología. Ella estaba boca
arriba sobre la cama, con el culo levantado con almohadas, con mi polla metida
en su culo, el pulgar en su clítoris y dos dedos en su coño. Yo entraba y
salía, primero despacio, pero poco a poco, empezó a gustarme más, hasta que
empecé un ataque frenético, mientras movía mis dedos al mismo tiempo, que
incrementaba mi placer. Ella gemía cada vez más fuerte. Me di cuenta que tuvo
dos orgasmos, hasta que, de repente noté una extraña sensación que me recorría
el cuerpo y se concentraba en mi polla, hasta que de repente sentí que algo se
avecinaba. Empecé a temblar y una sensación como de mil hormigas corriendo por
mi uretra y me fuera a orinar, llenó mi cipote. Lancé un largo gemido y caí
sobre ella, permaneciendo un rato hasta que se calmó mi respiración. Aparté la
cabeza de Dulce nervioso, y ella me dijo…
–
¿Qué te ocurre…?
–
¡He sentido una sensación muy rara pero agradable en mi polla!
– ¡No
lo habías sentido antes!
– No,
es la primera vez. Le
expliqué mis sensaciones.
– Eso
que has tenido es un orgasmo, te has corrido por primera vez, y si tú quieres,
en los próximos días tendrás muchas más.
– Pero
no ha salido esa cosa blanca que les sale a los mayores.
– Todavía
tardarás un tiempo, pero ya saldrá. Tendrás que tener cuidado para no dejar a
ninguna preñada. Te convendrá terminar en la boca o en el culo siempre que
puedas.
– Yo
encantado, pero…. Ya que estamos, ¿Podríamos volver a repetirlo…?
Al mismo tiempo, las familias
más importantes de la zona, e incluso las menos importantes, siempre que
tuvieran hijas casaderas, empezaron a visitar a mis padres con más frecuencia,
a raíz que las noticias que llegaban desde Londres informando de la carrera que
mi hermano estaba haciendo allí, además de que se le auguraba un buen futuro en
política y se comentaban las estrechas relaciones que mantenía con el rey y
altos dignatarios de la corte. Una de ellas eran los duques de Pastrana, con
dos hijas… Mariana y Claudia, de 16 y 14 años respectivamente.
Por aquel tiempo yo sólo
pensaba en disfrutar de las nuevas sensaciones que mi cuerpo me proporcionaba.
Si no estaba con Dulce, buscaba un lugar apartado para disfrutar a solas,
porque ya sabía que agarrando mi polla con la mano y dándole un movimiento de
vaivén, crecía mi excitación y llegaba a un orgasmo. Así conseguía unos cuatro
o cinco diarios. Cuando venían, mi madre me tenía encargado de entretener a las
niñas, lo cual me obligaba a participar de sus juegos, ya que los míos no les
gustaban. Además de dar grandes paseos alrededor de la casa. Me desagradan esas
visitas, ya que no podía dedicarme a mi actividad relajante. Cuando se iban,
hacía la señal a Dulce y nos íbamos a mi habitación, donde empezaba con una
mamada y terminaba con una enculada, solo para calmarme. Luego, por la noche,
terminaba lo empezado hasta quedar ambos satisfechos.
Uno de los días de visita de
los duques de Pastrana y sus hijas, mientras intentaba entretenerlas en el
jardín, rogando para que se marcharan pronto y poder irme a disfrutar un rato,
Mariana me preguntó…
– ¿Ves
mucho a tu hermano?
– Algunos
domingos y las pocas veces que se toma un par de días de descanso, le contesté.
– ¿Y
cuando viene, le hablas de nosotras?
– No
¿Por qué habría de hacerlo?
– Pues,
porque nos gustaría hablar con él también cuando venga, y así divertirnos todos
juntos.
– ¡No
creo que tenga mucho interés! Cuando viene sólo habla de la vida de Londres, se
interesa por las fincas y poco más.
– Bueno….
Verás… Es que…. ¿Nos guardarías un secreto?
– Pues
sí, ¿Cuál es?
Después de hacerme prometer mil
cosas y hacer cientos de tonterías, me dijo. – Verás… a mi hermana y a mí nos
gusta tu hermano…
– ¿Y
qué?
– Que
nos gustaría que le hablases bien de nosotras. “Porqué tienen que ir detrás
de mi hermano, teniéndome a mi aquí. A ver qué les puedo sacar”, pensé.
Le dije… – ¿Porqué tendría que hacerlo? ¿Qué saco yo con eso?
– No
sé…. Lo que quieras…. ¿Qué… quieres?
Después de pensarlo un rato y
varias veces a punto de decirlo, lo solté a bocajarro mientras el corazón se me
salía por la boca de los nervios… – Quiero
que cuando vengáis nos vayamos a un sitio apartado, y pueda disfrutar de
vuestros cuerpos desnudos.
– ¡¡
Queeeeee!!
– Lo
que habéis oído. Eso o nada, me
atreví a decir. Y menos mal, porque ya no me salían más palabras.
– ¡¡Eres
un cerdo!! ¡¡Se lo diremos a nuestros padres!! ¡¡Grosero!! ¡¡Pervertido…!!
Yo me di media vuelta (más para
que no viesen lo rojo y avergonzado que estaba) y me alejé hacia una casita de
aperos cercana, donde me metí para ocultar mi vergüenza, mientras veía que
ellas se dirigían a la casa. Allí esperé a que viniesen mi padre y el de ellas
a matarme. Pasó el tiempo y nadie vino, sin embargo al cabo de un buen rato, oí
que montaban en el coche y que los caballos se ponían en marcha. Volví a la
casa a cuya puerta todavía estaban mis padres y oí a mi madre que decía Juan,
lávate y ponte ropa limpia para cenar, y se metieron dentro. De momento, no ha
pasado nada. Me dije con un gran suspiro.
Al jueves siguiente, hicieron
una nueva visita. Yo, que los esperaba, vi a tiempo el carruaje y me refugié en
las caballerizas, donde me puse a cepillar a mi caballo. Cada una por separado
buscó el momento de encontrase a solas conmigo para tratar de negociar. En
cuanto vino la primera y me dijo “Podemos hablar…”, sola sin los padres, me
dije “Sigue interesada. No ha dicho nada”. Así que volví a jugármela y les dije
que tenían que ponerse de acuerdo y venir las dos para exponerles la situación
conjuntamente. Pero como ya era tarde, lo dejábamos para el próximo día, y que
anunciasen que nos iríamos a merendar a la fuente. (Fue lo primero que se me
ocurrió, y parece que no fue una mala idea). Ambas aceptaron y se marcharon.
Mientras yo me calmaba con Dulce,
a la cual, con la excitación, no conté nada en ese momento. Luego pensé
egoístamente, ¿Y si no le gusta y me rechaza? ¿Y si lo de las hermanas no
funciona? ¿Con qué me quedaba yo? Por tanto, decidí seguir sin contárselo. Tuve
varios días para pensar en mi propuesta concreta y qué era lo que les iba a
exigir, llevándolas a donde quería pero sin forzarlas para que no se echasen
atrás.
Volvieron a la semana siguiente
y tal y como habíamos quedado, nos prepararon en la cocina una cesta con
merienda y en las caballerizas un caballo muy tranquilo, con un coche
descubierto, en el que nos subimos los tres y partimos camino de una fuente no
muy lejana. Realmente no era una fuente, sino un pequeño salto de agua de un
riachuelo, que con los años había formado un pequeño remanso, poco profundo,
donde íbamos a bañarnos mi hermano y yo, a cuyo alrededor había crecido una
alfombra de hierba blanda. Durante todo el camino solamente hablamos del
camino, del paisaje, de cómo era el lugar, su tranquilidad, su soledad…. Cuando
llegamos, bajé y ayudé a bajar a ellas, bajé también la comida, ellas
extendieron una manta y colocaron un mantelito, comenzando a sacar la comida a
base de pollo frío y comida similar, elogiando la buena pinta que tenía todo. Nos
sentamos, ellas una a cada lado mío, y les dije…
– Bueno,
ya que estamos aquí, asumo que habéis aceptado mi propuesta... ¿Es así?
– Lo
hemos hablado, y si tú nos das tu palabra de hablar con tu hermano a nuestro
favor, ahora nos desnudaremos para ti.
– No
lo habéis entendido. Lo que yo quiero es que vengáis a verme todas las semanas,
nos vendremos aquí o a otro lugar, incluso en habitaciones de la casa, os
desnudareis y permaneceréis desnudas hasta que nos vayamos, mientras tanto, os
preocupareis de darme placer de todas las formas posibles y me dejareis
disfrutar de vuestros cuerpos a mi gusto, mirando, tocando o como quiera. Yo, a
cambio, hablaré muy bien de vosotras, sin exagerar para no levantar sospechas,
y si accede, concertaría una cita con vosotras.
– Pero
nosotras no podemos aceptar eso, queremos permanecer vírgenes hasta el
matrimonio. Como podréis comprobar, hay muchas formas de disfrutar y permanecer
vírgenes. (Ya veremos), pensé yo.
– Pero
no es necesario que vosotras disfrutéis si no queréis, basta con que lo haga
yo. Sin dar más tiempo a reflexionar,
le dije… – ¡Venga, desnudaos deprisa, que
no tenemos todo el día! ¡Vamos! ¡Vamos! Ellas se miraron y comenzaron a
descalzarse y quitarse las medias. Desnudaos siempre de pie. Quiero veros bien.
Ambas se levantaron y siguieron
desnudándose. Iban a la par, se quitaron las faldas, seguidamente las enaguas,
los corpiños, con los que tuvieron que ayudarse mutuamente, quedándose con una
camisola y unas bragas. En este punto se detuvieron, totalmente rojas.
– ¿A
qué esperáis? Les
dije ¡Desnudas ya! Nos da mucha
vergüenza. ¿Queréis mi ayuda o no? Como puestas de acuerdo, se quitaron la
camisola.
De inmediato, pude ver las tetas de Mariana, grandes, duras y tiesas, con unos pezones sobresalientes, mientras que Claudia presentaba un par de tetas más pequeñas, casi nacientes todavía, pero también con unos pezones sobresalientes y gordos. Tras alguna duda y una mirada mía, procedieron a quitarse las bragas y quedar desnudas ante mí. Las examiné a conciencia, no en vano me había aprendido el cuerpo de una mujer hasta saber la ubicación de cada uno de sus poros. Las dos eran preciosas…
– Sentaos a mi lado, les dije, siguiendo cuando lo
hicieron… y desnudadme.
Ellas empezaron, una a quitarme
la camisa, y la otra los zapatos y medias, entre ambas, quitaron mis pantalones
y calzones, dejando al aire mi polla. Pude observar entre ellas una mirada, que
luego volvió sobre mi polla. No dijeron nada, pero imaginé que sería por su
pobre tamaño… No os preocupéis, con este
tamaño ha sido capaz de dar mucho placer. Ellas no dijeron nada, por lo que
las agarré por los hombros y las acerqué a mí. ¿Os apetece un baño? Sí, dijeron
a la par. Creo que más por evitar mi atención hacia ellas que por el verdadero
interés de bañarse. Nos metimos en el agua, que a pesar de ser verano, se
notaba algo fría, y me acerqué a ellas con el fin de hacerles aguadillas, hasta
que entraron al juego y estuvimos un buen rato jugando y disfrutando. Procuraba
acercarme a ellas y frotarles los pezones, acariciarles las tetas, tocar y
acariciar su cuerpo… entre otras cosas, con la intención de ir excitándolas.
Cosa que poco a poco fui consiguiendo.
El agua realmente nos llegaba
solamente a medio muslo y el fondo era de arena, por lo que resultaba muy
agradable estar allí, y cuando me echaba encima de alguna, no se hundía hasta
ahogarse. En un momento dado, me puse de pie y le dije a Claudia…
– ¿Por
qué no me la chupas?
– No
sé hacerlo, no lo he hecho nunca. Además me da mucho asco.
– Me
da igual, métetela en la boca, que yo te enseñaré, o ¿Quieres que terminemos
aquí?
– No,
no, no. Te la chuparé.
Y se aproximó a mí, se
arrodilló en el fondo y se metió mi polla en la boca. Tuve que darle unas
instrucciones de cómo chupar y lamer la polla y los huevos, pero fue una buena
alumna y enseguida estaba dándome una mamada como una experta. Una vez estuvo
lista, llamé a Mariana y presionándola contra mi costado, comencé a besarla
mientras estrujaba sus pechos y acariciaba los pezones. Bajé mi mano hasta su
coño totalmente empapado y no sólo por el agua de la fuente, donde hice un
recorrido con mi dedo, no hice mención de meterlo, pero al pasar sobre su
clítoris le hice unos movimientos circulares por encima de la piel que la
hicieron cerrar los ojos y tomar aire.
Mientras Claudia seguía con mi
polla en la boca, chupando y lamiendo según mis indicaciones, ayudada de vez en
cuando también por mi mano sobre su cabeza que marcaba el ritmo cuando se
despistaba. Bajé mi boca a sus pezones y comencé a darles toques con la lengua,
a chuparlos y acariciarlos, mientras la mano que la sujetaba contra mí, dejaba
de ser necesaria para ese menester y la bajaba a su culo y metiéndola entre sus
cachetes, acariciaba el ano. Pronto empezó a gemir, sobre todo cuando pasaba mi
mano acariciando su raja y hacía giros sobre su clítoris, que ya asomaba entre
los labios. Mientras tanto, la labor de Claudia hacía su efecto y estaba
sintiendo acercarse mi orgasmo, por lo que aceleré mi ritmo sobre el coño de Mariana,
metiendo el dedo entre los labios vaginales y recorriendo arriba y abajo, desde
la entrada hasta el clítoris y viceversa. Empezó a gemir y jadear cada vez más
fuerte. ¡Mmmm! ¡Ahhhggg! Gritó mientras se convulsionaba.
En ese momento, retiré mi mano
y la puse sobre la cabeza de Claudia y mientras la presionaba contra mi cuerpo,
descargué toda mi leche en su garganta. –
¡Aaaggg! ¡Ummm! ¡Trágatelo todo! ¡Así, así! ¡Oooohhhh! ¡Qué gusto….!
A ella le dieron arcadas, por
lo que retiré mi polla, que solamente había aflojado un poco, y le cerré la
boca diciendo con voz fuerte… – ¡No se te
ocurra escupirlo! ¡Mi lefa se traga!
Ella me miró casi con miedo, pero
no soltó nada. – Ahora te toca a ti Mariana.
Chúpamela hasta que me corra…
– ¡Pero
yo no quiero que me hagas eso!
– ¡¡Tú
harás lo que te diga, o nos vamos a casa y nos olvidamos de todo!!
Se arrodilló delante de mí,
tomó mi polla con la mano y se la metió en la boca. Todavía tendría el sabor a
la saliva de su hermana y a los restos de mi corrida, por lo que se la sacó y
echó un poco de agua sobre ella, para empezar a pasarle la lengua como había
explicado a su hermana, y hacerme una mamada en condiciones. Llamé a Claudia a
mi lado, y, como había hecho con su hermana, comencé a besarla y acariciarla,
ella, después de lo que había visto, estaba más receptiva y preparada.
Sus pezones se pusieron duros
inmediatamente. Los tenía grandes y gruesos, más que su hermana teniendo más
pecho. Los acaricié, chupé, mordí, haciéndola soltar fuertes gemidos de placer.
Se retorcía frotándose contra mí, lo que me hizo buscar confirmación a mis
sospechas, bajando mi mano a su coño y encontrando un auténtico río de flujo y
un clítoris hinchado, a punto de reventar. Prácticamente no tuve que hacer
nada. Solamente con pasar mi mano por encima y darle una vuelta sobre el
clítoris, se corrió en un estruendoso orgasmo.
– ¡Aaaaggg!
¡Mmmm! No pares, no pares. ¡Aaaaggg!
Eso casi me puso al borde del
orgasmo. Tuve que sujetarla porque se le doblaban las piernas. Al mirar a su
hermana, vi que te tenía una mano metida en el agua, y estaba acariciando su
chocho. Le metí la polla hasta adentro, sujetando su cabeza y le dije… – Ahora
solo tienes que darme placer a mí.
Ella retiró su mano y me
acarició los huevos, mientras chupaba y lamía mi glande y masturbaba con la
otra mano. Yo volví a Claudia, que se recuperaba lentamente. Volví a besarla y
acariciarla despacio. Acaricié su ano y probé su estrechez haciendo algo de
presión, lo que la hizo soltar un breve gemido. Volví a sus tetas, sus pezones,
su cuerpo. Todo fue recorrido o por mi boca o por mi mano. Cuando volví a bajar
a su coño, lo encontré receptivo, había vuelto a excitarse, señal de que quería
más. Como yo no tenía prisa, ya que acababa de correrme y no iba a llegar tan
pronto, me dediqué a pasar mi mano por enciman de su coño, presionando
ligeramente, mientras seguía con el resto de mis atenciones para con ella y
corrigiendo a su vez, los movimientos de su hermana.
No tardando mucho rato, noté
que se encontraba al borde del orgasmo, por lo que aflojé en mis caricias, sólo
para mantenerla en ese estado y yo, que también me encontraba cerca, apuré a la
hermana para que acelerara la mamada. Teniendo que repetir, al momento, la
escena anterior. Aceleré mis caricias sobre el coño de Claudia hasta que se
corrió de nuevo.
– ¡Mmmm!
Más, más. ¡Mmmm! ¡Aaaggg!
Su orgasmo debió de ser más
fuerte que el anterior, porque todavía le fallaron más las piernas y yo, casi
le meto el dedo en su ano mientras la sujetaba. Con la otra mano, sujeté la
cabeza de Mariana y le follé dos o tres veces la boca, corriéndome nuevamente.
– ¡¡Trágatelo
tú también!! Verás cómo, a partir de
ahora, te gusta más…
Cuando termine, le dije… Chúpala
bien y déjala limpia. Ella lo hizo, y tras terminar, tomó agua con la mano y me
la lavó. Tras esto, salimos del agua, dejamos que nuestros cuerpos se secaran,
mientras dábamos buena cuenta de las viandas que nos habían puesto, mientras
hablábamos de tonterías. Más tarde, nos vestimos, recogimos todo y nos pusimos
en camino de regreso a casa. Ambas iban sonrientes, sentadas una a cada lado de
mí, hasta que se pusieron serias y me preguntó Mariana…
– ¿Lo
hemos hecho bien? ¿Te ha gustado?
– Ha
estado bien, pero os falta mucho que aprender para satisfacer bien a un hombre
¿Y vosotras? ¿Lo habéis pasado bien?
Se miraron y pusieron coloradas
a la vez y respondieron al unísono.
– Mucho.
– ¿Habíais
llegado antes al orgasmo?
– Yo
no, nunca, dijo Mariana.
– Yo
tampoco soltó Claudia…
– ¿Ni
siquiera os habéis masturbado? Ambas
negaron con la cabeza ¿Porqué no os
levantáis las faldas y me enseñáis el coño? Su color se acentuó del rojo al
marrón.
Empezaron a subirse los ropajes
hasta llegar a sus bragas. Les pedí que se las bajaran y abriesen las piernas,
mientras sujetaban la ropa. Sujeté las riendas con mis piernas (al fin y al
cabo, el caballo conocía el camino) y puse una mano en cada coño,
acariciándolas suavemente. Cuando ya estábamos llegando, y con las manos
totalmente mojadas pero sin haberlas hecho correrse, les dije que se colocasen
bien todo, cosa que hicieron, no sin soltar un bufido de desagrado, a lo que
les dije…
– El
que disfruta soy yo que soy el macho, vuestro placer tendréis que ganarlo y
pedirlo, putas.
La verdad es que estaba más
caliente que el hierro en la fragua. Cuando llegamos a casa, sus padres ya
esperaban para marchase. Bajé del carruaje y les di mi mano para ayudar a bajar
a ambas, mientras ellas iban hacia sus padres, yo entregaba las riendas a un
criado. Al volverme, desde mi posición lateral, observé un gesto extraño en la
cara de la madre, como de interrogación, que fue respondido por Mariana con una
leve afirmación de cabeza. Me pareció extraño, pero no le di importancia. En la
puerta me encontré con Dulce, a la que hice la seña de costumbre.
Esa noche, como todas, la
estaba follando duro por el coño, y ella, entre gemidos, me hacía preguntas,
sólo para tomarme el pelo, aunque nunca se puede saber con una mujer.
– ¡Mmmm!
¿Qué pasa? ¡Mmmm! ¿No te han follado lo suficiente las hermanitas? ¡Mmmm!
– ¡Aaahhh!
No, solo me han hecho un par de mamadas, ya puedes ver lo desanimado que vengo.
¡AAAHHH!
Ella lo tomó como yo quería,
como una mentira de broma, que a su vez, la ponía más y más caliente…
– ¡Mmmm!
¡Pues no te las han debido hacer muy bien…..! ¡AAAHHH!
– Es
que nadie las hace como tú.
Se la saqué, me di la vuelta
para meterle la polla en la boca y comerle el coño a la vez, hasta que
terminamos con un tremendo orgasmo cada uno.
Ese viernes vino mi hermano.
Después de los abrazos, saludos…, con toda la familia, busqué el momento más
oportuno para hablar con él. Le conté todo lo que me había pasado con las
hermanas, lo que pretendían, lo que habíamos hecho, lo que observé con su madre….
El me felicitó por lo bien que había llevado el asunto y aprovechó todo el
tiempo que pudimos estar juntos para explicarme cosas que debía saber y lo que
tenía que hacer. En un momento dado me dijo… Eres muy espabilado para tu edad,
más que cualquiera que conozco, incluso mayores que tú. Además estás tan alto
como yo ¿Cuánto mides? Unos 175cm aproximadamente. Desde luego, también eres
mucho más alto de lo normal. Te has hecho un hombre ya.
Por las noches, se iba a la
taberna del pueblo cercano a beber con los amigos. A mí no me quería llevar
porque decía que era muy joven para beber. Yo me iba a la cama con Dulce y
follábamos como locos, luego se iba a su habitación y yo me dormía como un
bendito. Más tarde me enteré de que, cuando mi hermano volvía a altas horas de
la madrugada, algo bebido, pasaba por la habitación de ella y también follaban
a gusto. Mi hermano se marchó y llegó el siguiente día de visita. Cuando llegó
el carruaje salimos a recibirlos, como siempre, mis padres y yo. La primera en
bajar fue la madre, que vino directa hacia nosotros, besó a mi madre, puso la mano
para el beso de mi padre y, girándose hacia mí, tomó un pellizco de mi mejilla…
– ¡Cada
día estás más alto y más guapo!
Yo puse cara de desagrado, por
lo que mi madre saltó inmediatamente.
– Sí,
se nos está haciendo mayor y ya parece que no le gustan las caricias
infantiles.
– Habrá
que buscar otras caricias que le gusten más. Dijo la madre sonriendo, y creo que con algo de picardía.
Tras ella bajaron sus hijas,
seguidas del marido. Ellas también besaron a mi madre y dieron la mano para que
las besásemos mi padre y yo. Por su parte, su padre besó la mano de mi madre y
estrechó las nuestras. Inmediatamente, la madre dijo…
– Bueno,
basta de tanto saludo, que ya nos conocemos.
– Juan,
¿porqué no llevas a las niñas de merienda, como la semana pasada…? ¿Me dijeron
que lo habíais pasado muy bien contigo?
– Sí,
señora, nos iremos ahora. No vengáis muy tarde, que luego se nos hace de noche
en el camino.
– No,
señora, no se preocupe.
El coche estaba preparado, así
como la merienda, una manta grande que me había preocupado de esconder antes y
alguna cosa más. Nos montamos como siempre, yo en medio de las dos y partimos
hacia la fuente del bosque.
Cuando la casa estaba ya algo
lejos, Mariana dijo… – ¿No te apetece
nada?
– Bueno,
ya que lo dices…. Sácame la polla y chúpamela.
Ella, con algo de desilusión en
la cara, abrió mis pantalones y sacó la polla de los calzones, que ya estaba bastante
erguida pero aún un tanto floja, pronto se irguió de las ganas que tenía. Se la
metió toda en la boca, para luego cerrar los labios entorno al tronco e ir
sacándola despacio, hasta que solamente le quedó el glande dentro, al que
empezó a pasarle la lengua por el borde y darle suaves chupadas, para volver a
meterla y repetir la operación. Parece que recordaba las lecciones.
– Y
yo, ¿no quieres algo de mí también? Dijo
Claudia…
– Por
supuesto, bésame y acaríciame.
A lo que ella se puso de
inmediato. Me besaba mientras me abría la camisa y acariciaba mis pezones,
mientras decía.
– ¡Mmmm!
¿No quieres nada más?
Yo veía que estaban con ganas
de que les hiciese lo mismo del otro día, pero preferí dejarlas con las ganas. – De momento no, sigue con lo que estás.
Poco rato después, anuncié a Mariana de la inminente corrida… – Me voy a correr. ¡¡Prepárate a tragarte
todo si no te quieres arrepentir luego!!
Creo que estuvo de más porque
estaba decidida a beberse toda mi lefa desde un principio, le estaba gustando
su sabor y textura, junto al inexistente
riesgo de quedar preñada en la opción de metérsela por el coño… Ella afirmó con
la cabeza, sin sacársela de la boca y acelerando el ritmo. Eso hizo acelerar mi
orgasmo y me derramé en lo más profundo de su garganta. Ella tragó todo y me la
dejó totalmente limpia.
– Sigue
chupando hasta que te avise. Le
dije, y así seguimos el camino
Les fui contando que mi hermano
había venido el fin de semana y que le había contado que ellas nos habían
visitado. Que estaban muy guapas. Que él me había preguntado qué habíamos hecho
y yo le había dicho que jugar y pasear alrededor de la casa. Que eran muy
amables y todo lo que mi hermano me había dicho que les dijera. Ellas
escuchaban sin dejar su labor, aunque sus labios de estiraban en una sonrisa
que querían ocultar. Con esto, llegamos a la fuente, las ayudé a bajar y les
dije que bajasen la comida y extendiesen el mantel. Mientras, yo, bajaba un par
de sacos rellenos de paja que había preparado, tomaba la manta guardada y la
extendía a pocos pasos, habiendo colocado debajo los sacos a una distancia
determinada.
De la cesta de la comida,
extraje dos botellines, que dejé sobre la manta mientras me sentaba en ella
para ver las evoluciones de las hermanas. Ellas, que en ningún momento
perdieron de vista lo que yo hacía, habían terminado también, y quedaron de pié
esperando mis órdenes. Desnudaos ya, les dije. Ellas se quitaron sus vestidos y….
¡Oh! ¡Sorpresa! No llevaban nada más debajo… ¿Y esto? ¿A qué fin?
– Es
para desnudarnos y, sobre todo, vestirnos más rápido, no sea que aparezca
alguien y nos pille desnudas….
Soltaron una carcajada queriendo desembarazarse de habar tomado tal iniciativa…
– Me
parece muy bien.
Ahora entendía el interés por
hacer algo durante el viaje. Quiero que os acostéis una junto a la otra, con el
culo sobre el bulto de la manta y las piernas bien abiertas. Así lo hicieron,
quedando acostadas juntas, con la cabeza a la altura de las rodillas de la
otra. A vuestro lado tenéis un botellín de aceite, untaros los dedos y empezad
a lubricar y meterlos en el ano de la otra. Primero lubricáis y luego metéis
los dedos, primero uno hasta hacer sitio, luego dos, tres, así sucesivamente,
hasta que entren tres o cuatro dedos con facilidad.
Tras algunos ajustes iniciales,
ambas metieron el dedo índice en el ano de la otra, comenzando un movimiento
circular, a la vez que de entrada y salida. Yo me desnudé, me arrodillé con una
pierna a cada lado de la cabeza de Claudia y metí mi polla en su boca. Ella lo
entendió enseguida, empezando una suave mamada. Me incliné sobre ella y me puse
a lamer su coño. Enseguida empezaron los gemidos, ahogados por mi polla. – ¡Mmmm! ¡SIDDDDD! ¡Mmmm!
Su hermana me miraba deseosa,
por lo que, después de un rato en esa posición, me levanté y me coloqué sobre
ella igual que con su hermana. Me encontré con un coño totalmente empapado y
deseoso, por lo que empezó a gemir más, de lo caliente que estaba. Al poco tuvo
su primer orgasmo de la tarde. Hubiese berreado como una cerda si no hubiese
tenido mi polla en la boca. Dejo de mover el dedo dentro del ano de su hermana,
quedando como ida. Yo volví a cambiar de hermana y seguir con lo mío, mientras Mariana
volvía en sí y reanudaba su labor a instigación mía. Claudia también estaba muy
excitada, y metí mi dedo en su coño hasta encontrar su himen. Entonces comencé
a frotar la zona junto a él, a lo que ella respondió sacándose mi polla de la
boca y dando gritos de placer.
Enseguida me levanté y dándole
dos bofetadas le dije… – ¡Que sea la
última vez que dejas de chupar mi polla sin que yo te lo mande! ¡Estás aquí
para mi disfrute, no para el tuyo, ya que fuisteis vosotras las que así lo
quisisteis!
Volví a mi posición y seguí un
rato más, hasta que noté que se encontraba cerca de su orgasmo, entonces,
cambié de posición con la hermana, que ya se encontraba recuperada, volviendo a
empezar el proceso. Al poco rato, ya estaba excitada otra vez, gimiendo ante
mis caricias y lametazos, entonces le metí el dedo como a su hermana,
sintiéndola moverse en busca de su placer. Entonces volví a cambiar.
Así estuve hasta que ya no
podía más, las penetraciones anales de los dedos iban en aumento. Cada una
soportaba ya tres dedos dentro de su culo y parecía que les estaba gustando,
así que, aprovechando que estaba sobre Mariana aceleré mis lamidas y chupadas
sobre el clítoris y aumenté el movimiento de mi dedo en su interior. Al momento
se le desencadenó un monumental orgasmo, que llenó mi cara y mi mano de su
flujo.
– ¡Mmmm!
¡Aaaaggghhh! Dijo
soltando mi polla.
Esperé a que se relajara y
cambié a su hermana que estaba expectante. Volví a empezar a calentar a Claudia
nuevamente, cosa que necesitaba poco, porque se mantenía caliente solamente de
ver la corrida de su hermana y la manipulación de su ano. Repetí el proceso con
ella, hasta que la sentí llegar a su potente orgasmo, aprovechando para dejar
de contenerme, ya que no podía más, y correrme dentro de su boca, al tiempo que
ella se convulsionaba. Después de esto, permanecimos unos minutos recostados
sobre la manta, hasta que nos recuperamos totalmente. Ellas se levantaron
primero y fueron a la fuente a lavarse, al verlas frotarse el cuerpo con el
agua, me acerqué a ellas y les pedí que me lavaran la polla y los huevos, lo
que parece que hicieron muy gustosas. Yo aproveché para comprobar la dilatación
de su ano.
– La
próxima vez, haréis esto antes de venir, porque quiero estrenar vuestros
culitos. Además, os interesará repetirlo durante la semana, para estar mejor
preparadas.
– Lo
que tu digas, dijeron
a la vez.
Salimos del agua y fuimos a
merendar y, con el hambre que da el ejercicio, pronto terminamos con las viandas.
Nos vestimos y regresamos a casa. Por el camino les pregunté…
– ¿Os
ha gustado?
– ¡¡Siii,
mucho!! Dijeron.
– ¿Y
todavía seguís interesadas en mi hermano? ¿No os gustaría seguir conmigo?
–
¡¡Imposible!!
Dijo Mariana – ¡Si hacemos eso, nuestra
madre nos mata!
– ¡¡Nos
advirtió que hiciésemos lo que fuese para que una se casara con él!! Dijo Claudia.
– ¡¡Eso
no deberías haberlo dicho!! Dijo
su hermana.
– Es
igual, dije yo… – ¿Y una vez que mi hermano elija, la otra querrá seguir conmigo?
– Será
imposible, mi madre ya tiene pensado quien será el candidato para la otra.
Yo me callé. No supe qué decir.
Al fin y al cabo, mi interés por ellas era para follármelas e informar a mi
hermano, no tenía pensado ni mucho menos casarme con ellas. Llegamos a la casa,
las ayudé a bajar y me fijé en la madre y ellas, la madre volvió a hacer el
gesto interrogante y ambas sonrieron. Estaba claro. Como había insinuado mi
hermano, la madre era la que las dirigía y a la que informaban de todo.
Si te ha gustado el relato, siempre agradezco un comentario al respecto.... TROVO DÉCIMO
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