Capítulo 1º. El primer encuentro con el sexo
Hace
tiempo que descubrí un personaje extraordinario, Juan de Vatteville… un personaje
insólito. Sus aventuras, ya olvidadas trascurridos los siglos, no dejan de ser
inquietantes, interesantes y extraordinarias. Estoy seguro que no ha existido
ni existirá un personaje tan inconcebible como Juan Mendoza
de Parson y Vatteville. No me puedo olvidar de él.
Jean Vatteville cuando iba de francés, Juan Mendoza si de español, y John Parson
cuando se hizo inglés. Genio, sinvergüenza, asesino, vivales y
seductor, truhán, osado hasta límites insospechados hasta el punto que
consiguió rendir a todo un ejército inglés en solo una semana, y vender sus
amores a tantas mujeres a la vez que llegó a tener a cinco mujeres preñadas
pariendo casi al unísono en diferentes lugares del planeta. En fin, un caso
único. Lo que aquí vengo a relatar es cómo surgió y se hizo famoso el mayor
Donjuán del siglo XVII
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Estoy
algo nervioso. Mañana, 14 de junio de 1620 salgo para el nuevo mundo siendo rey
nuestro señor Felipe III. Para mí, es una nueva aventura que tengo que afrontar
sólo, aunque no es la primera vez que abandono a lo que llamo “mi familia” y mi
país, aunque ahora es culpa de mi mala cabeza. Mejor dicho, de mi polla
inquieta y de una serie de trágicas circunstancias que me impiden permanecer en
el marquesado de Mondéjar. Pero primero voy a resumir lo que ha sido mi vida
hasta ahora, para que mis sucesores, si algún día llego a tenerlos, sepan quién
soy y las causas que me hayan llevado a tomar la decisión de este viaje….
No
conocí a mis padres, ya que murieron en un accidente al poco de nacer yo, al
desbocarse el caballo del carruaje descubierto que conducía mi padre y caer por
un pequeño barranco, del que no salieron con vida. Todo esto me lo contaron,
cuando tuve edad suficiente, los tíos– abuelos que me acogieron tras la desgracia,
y a los que considero mis verdaderos padres. La familia siempre ha tenido
grandes posesiones en tierras y un Marquesado. El heredero ostenta desde hace
muchos años el título de Marqués de Mondéjar y Duque de Tendilla desde 1479, lo
que me permitió una infancia alegre, un aprendizaje de las ciencias y letras
suficiente y un entrenamiento en las principales artes marciales, esgrima y
tiro.
Mi
vida de pequeño, se desarrolló en el campo, donde habitualmente vivía la
familia, en una casa de muchas habitaciones (nunca las conté). De pequeño tenía
la compañía del verdadero hijo de los duques, conde Ricardo y su esposa Myriam,
diez años mayor que yo, con el que jugaba a todo y el que me enseñó algunas
travesuras, hasta que lo enviaron a estudiar a la corte de Madrid, por lo que
sólo venía algunos días de fiesta y resultaba más aburrido. Cuando tenía 15
años aproximadamente, un día el conde Ricardo nos informó que tres días después
viajaríamos a Madrid para hacer algunas compras tanto para la hacienda como
para la casa y personales, corría el año del señor de 1615 y el Miguel de
Cervantes publicó la segunda parte del las aventuras del hidalgo Don Quijote,
mi libro de cabecera cada noche.
Para
mí fue una novedad, ya que nunca había salido de la finca, excepto a algún
pueblo perteneciente al marquesado… Estremera, Yebra o Leganiel carente de
interés, por lo que me produjo una gran excitación. En la casa, mi habitación
estaba junto a la de mis padres, ya que mi madre estaba pendiente de mí durante
mi infancia y así podía echarme un vistazo a través de una puerta que
comunicaba ambas y poder controlar la vela que siempre quedaba encendida en mi
cuarto. La excitación del viaje me produjo esa noche un sueño intranquilo,
despertándome en medio de la noche. En el silencio existente, empecé escuchar
unos gemidos en la habitación vecina, que fueron en aumento hasta que
terminaron con uno más fuerte. Yo, totalmente asustado, no me atrevía a decir
nada, sólo me encogí y procuré no hacer ningún ruido, no fuera que vinieran a
hacerme algún daño a mí, hasta que rendido me dormí.
A
la mañana siguiente, me despertó mi madre abriendo las cortinas y diciendo con
una gran sonrisa… – ¡Arriba, dormilón, que te espera tu tutor y aún tienes que desayunar!
Yo
me quedé todo sorprendido al ver que no había pasado nada, hasta tal punto que
mi madre lo notó y me dijo… – ¿A qué
viene esa cara de sorpresa? ¿No te acuerdas de que todos los días desayunas y
tienes clase con tu tutor?
– No es eso, mamá, le dije, es que esta noche
me ha pasado una cosa muy rara.
– Qué te ha pasado, sentándose a mi lado y
acariciando mi cabeza me dijo… cuéntamelo.
– Que esta noche me he despertado y he oído
gemidos muy fuertes en tu habitación y he pensado que te estaban haciendo algo
malo. ¿Te estaban haciendo algo?
Mi
madre, me dio un cachete en la cabeza y me dijo… – ¡Eso no se pregunta ni se dice! Y se marchó rápidamente, aunque
me pareció que se había puesto colorada.
Más
tarde, al terminar con mis estudios, me llamó al cuarto de costura y me explicó
que por las noches tenía pesadillas y que algunas veces gritaba, que no me
preocupase por ello, porque estaba bien, como podía comprobar.
Yo
le pregunté el porqué de las pesadillas y me estuvo dando unas explicaciones
que, hasta en mi corto entender, carecían de sentido. Es caso es que esto me
hizo sospechar, y recordando algunos de los comentarios de mi hermano adoptivo,
decidí ver qué había de cierto en esto. A la siguiente noche hice todo lo posible
para no dormirme. Cuando mis padres se fueron a dormir, mi madre pasó por mi
habitación, donde yo me hacía el dormido, me dio un beso en la frente y volvió
a su cuarto, cerrando la puerta entre ambos. Al poco, empecé oír risitas,
comentarios en voz baja, ruidos de la cama.
Me
levanté y me acerqué a la puerta de separación de ambas habitaciones y me puse
a mirar por la cerradura, ya que no me atrevía a abrir la puerta y ésta no la
cerraban nunca con llave, de hecho no sabían dónde estaba, por si acaso hubiese
que correr. Lo primero que vi, me impactó de sobremanera. Mi padre tumbado en
la cama, con la camisa abierta y sin pantalones, mientras mi madre, arrodillada
entre sus piernas, lamía y chupaba su verga.
Gracias
a la ubicación de la cama junto a la puerta, la veía recorrer con la lengua por
todo el falo, dándole lengüetazos al llegar a la punta, para volver a bajar
hasta los testículos, chuparlos con gran fruición y volver a subir para meterse
toda entera en la boca, hasta que sentía arcadas. A mí me pareció que el falo
de mi padre era grandísimo, pero ella se lo introducía completo en la boca,
volviendo a sacarlo cubierto de babas y con hilos de saliva que lo unían a sus
labios, mientras mi padre gemía y se retorcía, imagino que por el daño que le
producía. No sé que era peor, si el asco que me daba ver a mi madre metiéndose una
polla en la boca o la sensación de angustia al ver que le entraba tan adentro.
Al
rato, mi padre le dijo… – ¡Ya basta nena,
ponte a cuatro patas que te voy a follar hasta romperte el coño!
Mi
madre obedeció presurosa, dando la vuelta y poniéndose de culo hacia él. Mi
padre se puso de rodillas, separó más sus piernas y metió su polla de golpe
entre ellas, lo que hizo que mi madre emitiese un largo gemido me imaginé que
era de dolor, ya que todavía no sabía que las mujeres tenían más agujeros ahí
que nosotros. Mi padre empezó un lento mete y saca, igual que hacen los perros,
pero mucho más lento, mientras le decía…
– ¡Aaaahhggg, puta, que estrecho lo tienes,
parece que no hubieras parido nunca! ¡Qué gusto me estás dando!
Mi
madre suplicaba… – ¡Más, más, dame
fuerte! ¡Así, así! ¡Sigue, me estás matando de gusto!
Ahí
deduje que no era maltrato, sino todo lo contrario. ¡Nunca me había imaginado
que una de las escenas más frecuentes entre los animales de la finca pudiese
ser placentera! Mi madre interrumpió mis pensamientos al decir…
– ¡Richard sigue, sigue, más, más maaaaas! ¡Me
corro! ¡Me corroooooo!
– ¡Córrete puta, que estoy esperando para
llenarte de mi leche! Dijo mi padre. ¿Leche? ¿De
dónde la iba a sacar? – ¡Me corro yo
tambieeeén! ¡Toma puta, todo para ti!
Y
cayeron los dos largos sobre la cama, empezaron a besarse en los labios
(puafff) y a decirse cosas como… te quiero, eres todo para mi…. Por lo que me
volví a la cama, harto de oír tantas tonterías y con dolor de espalda y piernas
por la postura tan forzada al estar mirando por la cerradura. Y encima, sin
entender de qué iba aquello. Al acostarme, observé que mi polla estaba totalmente dura y estirada, aunque no
tenía nada que ver con el de mi padre, y observé que si lo tocaba, apretaba y
acariciaba, me producía gran placer, por lo que estuve un rato en esa
gratificante labor, hasta que quedé dormido. A la mañana siguiente, me levanté
pronto, aunque cuando llegué al comedor ya estaba mi padre desayunando.
– ¡Buenos días, hijo! ¿Has dormido bien? Me preguntó, como otros muchos días.
– Si padre, muy bien, como siempre. ¿Y tú?
– Estupendamente también.
– ¿Y mamá? Pregunté.
– Enseguida vendrá a desayunar. Hoy se le han
pegado un poco las sábanas.
– Sí, eso parece, dije yo.
Al
momento, entró mi madre, que fue directa a su marido para darle un beso en los
labios. Al recordar la noche pasada, me dio un poco de repelús, y luego vino
directa a mí y me dio los buenos días junto a un beso en la frente. Disimuladamente
procedí a pasarme la servilleta por donde había puesto sus labios, y continué
desayunando mientras escuchaba, sin oír, su conversación, recordando la noche
anterior. Terminado mi desayuno, solicité permiso para levantarme e ir con mi
tutor, lo que me concedieron sin prestarme mucha atención.
Cuando
iba a limpiarme los labios, recordé lo que había hecho con la servilleta, por
lo que la dejé junto al plato y aproveché la manga oscura de mi ropa para
dejarlos limpios. El día transcurrió con normalidad. Bueno, no, me pasé todo el
día esperando con impaciencia a que llegase la noche. Y ésta llegó. Volví a
hacerme el dormido, froté mi frente con el otro extremo de la sábana después
del beso de mi madre y corrí a la cerradura de la puerta a ver qué pasaba. Esta
vez, tuve la precaución de poner un pequeño banco para sentarme, que me daba la
suficiente altura para poder mirar con comodidad.
Lo
primero que vi, fue a mi madre que terminaba de quitarse el voluminoso vestido
y quedaba con las medias sujetas por un liguero y su corsé, que levantaba y
resaltaba sus tetas, algo en lo que no me había fijado la noche anterior. No
llevaba nada más, y al girarse una de las veces hacia mí, observé que ella no
tenía cipote, o lo tenía más pequeño oculto en el vello de su conejo. Mi padre,
se quitó los pantalones, levantó su camisa y mostrando un pollón grande y
tieso, le dijo…
– ¡De rodillas cariño, que estoy muy caliente!
Chúpamela como tú sabes hasta que me corra, si no quieres saber lo que es
bueno.
Mi
madre, se puso de rodillas y se metió todo aquello en la boca. Mi padre la
agarró del pelo y empezó un rápido mete y saca, que esta vez sí que me recordó
a los perros, alternando con periodos lentos e, incluso, dejando que mi madre
lamiese o chupase a su gusto, mientras sus tetas se iban llenando de las babas
que escurrían de su boca y del cipote. Siguieron un buen rato, mi padre
gruñendo y diciendo…
– ¡Sigue, sigue! ¡Qué bien lo haces! ¡Me voy a
correr en tu boca nena!
Y
mi madre… – ¡Mmmmmm, si, si!
De
repente, cuando mi madre le estaba lamiendo el tronco, una cosa blanca salió de
su punta, cayendo sobre la cara y pelo de ella, que se apresuró a meterlo todo
en su boca, mientras mi padre le decía…
– ¡Así mi putita tragona! ¡Trágatela toda! ¡Que
no se caiga una sola gota fuera!
Estuvieron
unos momentos, mi padre presionando la cabeza de mi madre contra él y ella con
su verga hasta lo más adentro que le entraba, pues me parecía enorme. Al fin,
mi padre se separó y mi madre, pasó su dedo por los labios para recoger unos
gruesos goterones de engrudo de sus comisuras y chuparlo seguidamente,
siguiendo luego por el resto de esa sustancia que le había caído por el pelo y
cara.
Yo
no lo pude aguantar más y me fui corriendo a la cama. Esta vez observé mientras
jugaba con él, que tenía mi verga más dura si cabe que la noche anterior,
durmiéndome entre mis manipulaciones y los sonidos apagados de la habitación
contigua. A la mañana siguiente, lo mismo, mi padre desayunando, yo también,
hasta que vino mi madre y le dio el beso en los labios a mi padre, mientras
intercambiaban sonrisas. Cuando hizo intención de venir hacia mí, me levanté
deprisa y salí de allí, pidiendo perdón y diciendo que había quedado con el
tutor para ver algo de las flores en el jardín.
Durante
ese día, se hicieron todos los preparativos para el viaje, que como terminaron
tarde, nos fuimos a la cama sin que hubiese nada que contar. Al día siguiente,
me despertaron antes del amanecer. En la casa reinaba una actividad febril,
hasta el punto que no vi a mis padres hasta que no subimos al carruaje y
salimos con destino a la villa de Madrid, donde mi padre había alquilado una
casa y hacia donde habían salido ya algunos criados con la mayor parte del
equipaje, con el fin de que estuviese preparada a nuestra llegada.
El
camino fue largo. Al principio me llamaban la atención las personas que
circulaban por los caminos, las que trabajaban en la tierra, las mujeres que
lavaban en los ríos, los pueblos que cruzábamos…. Pero un buen rato después ya
me aburría soberanamente y empecé a bostezar y dar cabezadas. Yo iba sentado en
un lado del carruaje y mis padres en el otro, por lo que aproveché y me recosté
en el asiento con intención de dormir. En ese momento, mi madre le dijo a mi
padre…
– ¡Cariño, estos botines me están matando!,
¿te importaría quitármelos y darme un masaje?
– ¡Cómo no! Dijo él… Sube las piernas sobre
las mías, recuéstate en el asiento u verás.
Eso
hizo ella, quedando sus pies al lado de mi cabeza, con las piernas cubiertas
por su larga falda. Mi padre procedió a quitarle los botines, subiéndola un
poquito, y luego a masajear sus pies, subiendo de vez en cuando por su pierna
con disimulo. Yo abría y cerraba los ojos, unas veces durmiendo y otras
despierto, hasta que observé que la mano de mi padre subía mucho más arriba del
tobillo y de la rodilla, lo que aparte de mostrarme las piernas de mi madre,
hacía que ésta suspirase y se le acelerase la respiración. Una de las veces le
pregunté que qué le pasaba, a lo que respondió…
– ¡Ay hijo! ¡Es que me está gustando mucho el
masaje de tu padre!
2º Capítulo. Viaje a la villa
de Madrid
Contar lo que supuso mi
experiencia allí, en Madrid, sería largo de tiempo y no es para contarlo, sino
para vivirlo. Sí hubo algunas cosas que debo reflejar aquí. Mi hermano vino a
vivir con nosotros durante los días que estuvimos allí, lo que me dio una gran
alegría, y más cuando nos asignaron las habitaciones una frente a otra. Desde
que lo vi, estuve deseando contarle lo que había pasado, casi no dormí esa
noche y al día siguiente estaba nervioso e impaciente, lo que mis padres
achacaron a la novedad de estar en Madrid.
A la mañana siguiente, fuimos
todos a recorrer la ciudad, con mi hermano como guía, ya que llevaba mucho
tiempo allí y conocía bastantes cosas, aunque mis padres habían estado también
muchas veces. Volvimos a casa a comer y mis padres fueron a acostarse,
aludiendo cansancio. Entonces aproveché para contárselo a mi hermano…
– Oye
Íñigo, tengo que contarte una cosa.
– Cuéntamela
entonces. Me dijo
– Pero me da vergüenza.
– No
seas tonto y dímelo.
– Pues
verás, el otro día me desperté por la noche y vi a nuestros padres….
Y le conté todo.
Hace años que lo sé. Me dijo. Es
normal que ahora te parezca algo asqueroso, dentro de unos años podrás
comprobar que esos actos nos producen gran placer, al igual que otros que
podrás ver más adelante. Papá es dominante y mamá sumisa, y eso significa que
papá obtiene placer obligando a mamá a hacer cosas o humillándola de alguna
forma. Al igual que mamá disfruta con las humillaciones y las cosas que papá le
obliga a hacer.
– No
lo entiendo, dije ¿Cómo puede gustarle a mamá que le pegue en el culo o que le
haga chupar su polla hasta que expulsa esa cosa blanca y pringosa?
Lo entenderás cuando seas un
poco más mayor, de momento, debes saber que no a todos les gustan las mismas
cosas y que cuando vayas con una mujer, tendrás que aprender primero sus gustos
para satisfacerla. Pronto empezarás a fijarte en las niñas de tu edad, sus
tetas, su culo…. Y desearás hacer con ellas lo que has visto y verás en los
mayores.
– ¡Qué
va! Dije
yo, las niñas son tontas. No saben
manejar una espada, montan a caballo de lado, no les gusta jugar a ninguno de
nuestros juegos. Solamente juegan a servir el té, con sus muñecas como si
fuesen sus hijas, pero cuando les decimos de subir a los árboles a coger nidos
nos miran con desprecio y nos despachan de su lado. ¡Yo no haré nada de eso con
las niñas!
– Ya
verás cómo, con el tiempo cambiarás de idea…me dijo sonriendo.
Estuvimos juntos un buen rato,
siempre aleccionándome, hasta que Dulce, la doncella más joven de la casa, vino
para preguntarnos si deseábamos algo de merienda. Me pareció observar un gesto
extraño en mi hermano, e inmediatamente dijo…
– Basta
por hoy, Juan. Vamos a nuestras habitaciones a descansar un rato. Otro día
seguiremos.
– Yo
también estoy cansado.
Nos fuimos a nuestras
habitaciones y me tumbé sobre mi cama. En mi cabeza daban vueltas las imágenes
de mis padres y las explicaciones de mi hermano, hasta que recordé una cosa que
no le había comentado… “El enorme tamaño del cipote de papá comparado con el
mío”, por lo que sin pensarlo dos veces, bajé de mi cama y fui a su habitación.
Al llegar a la puerta, oí ruidos en el interior y se me ocurrió mirar por la
cerradura antes de entrar. Lo que vi, volvió a impactarme de nuevo. Íñigo
tumbado en la cama, con las piernas abiertas y entre ellas Dulce arrodillada y
chupándole la verga. Gracias a que la cama estaba perpendicular a la puerta,
pude observar esas partes que no conocía de las mujeres.
Dulce tenía el culo en alto y
mostraba su ano sonrosado, debajo del cual se habría una hendidura que supuse
que era por donde papá metía su polla a mamá. Dulce tenía la hendidura
brillante y mojada, salpicada de algunas manchitas blancas. Decidí que, ya que
parecía ser que todos hacían lo mismo, debería aprender e informarme bien. Permanecí
espiando durante todo el tiempo que duró, a pesar de no entenderlo ni gustarme,
e incluso parecerme asqueroso en algunos momentos. Así escuché decir a mi
hermano.
– ¡Mmmmm!
¡Cómo he echado de menos tu boquita! ¡Cada vez lo haces mejor! ¿Has chupado muchas
pollas en mi ausencia?
– No
mi señor, le contestó sin sacársela de la boca.
– ¡Pues
has aprendido mucho en este tiempo! ¡Estoy a punto de correrme!
Dulce aceleraba el ritmo de la
mamada hasta que oía gemir a Íñigo, entonces bajaba el ritmo y le obligaba a
decir… – ¡Sigue puta, no pares! ¡Sigue!
Mientras la cogía del pelo y le movía la cabeza arriba y abajo. Yo podía
observar todo desde mi posición. Podía ver su ano, su hendidura, las tetas
moviéndose al ritmo de la mamada y la verga de mi hermano entrando y saliendo
de su boca. ¿El cipote? ¡Pero si era tan grande como el de papá! Volví a
mirarme el mío, que en nada se parecía a ese, ni en tamaño ni en grosor “¿Será
que es hereditario y que yo no la tengo así porque mis padres fallecieron y soy
adoptado?” Pensé, pero unas palabras devolvieron mi atención a la habitación…
– ¡Apártate
nena, que quiero comerte el coño mientras me la chupas!
Dulce se apartó a un lado y mi
hermano se dio la vuelta, ella volvió a colocarse encima, con una pierna a cada
lado de su cabeza, se inclinó y siguió chupando su polla. Yo pensé que era una
postura muy rara, porque ¿qué pasaría si se hiciese pis o algo? ¡Brrggg, que
asco!, Y entonces hizo algo que me dejó alucinado…, levantó su cabeza un poco,
sacó la lengua y empezó a pasársela por la raja.
Dulce soltó un gemido y aceleró
el ritmo mientras mi hermano metía su lengua todo lo que daba de sí, luego la
sacaba y la frotaba hasta el otro extremo, donde observé una pequeña
protuberancia que él chupaba con fruición. Ella volvía a gemir más fuerte y
bajaba el ritmo, entones, mi hermano, se retiraba y le daba unas fuertes
palmadas en el culo hasta que volvía a tomar el ritmo. Observé variaciones
sobre esto. Unas veces, cuando sacaba la lengua, metía un dedo hasta lo más
profundo y lo movía hacia los lados, mientras lo sacaba y volvía a meter. Esto
la hacía gemir más fuerte. Otras el dedo lo metía en su culo, moviéndolo para
hacer sitio hasta poder meter dos. Durante este tiempo, Dulce hubo tres veces
que lanzó gemidos más fuertes, dejándose caer sobre mi hermano, el cual la
obligaba a levantarse dándole fuertes palmadas en el culo.
De repente, mi hermano dijo… – ¡Me voy a correr! Sigue, sigue y trágatela
toda ¡Aaaahhggg. Sigue Aaaaaaggghhhh. Mmmrgsfmlmmmm….
En ese momento observé que ella
gemía otra vez más fuerte y presionaba con su raja la boca de mi hermano. Tras
esto, ambos se separaron quedando juntos. Ella acariciaba el rabo enorme de él,
que estaba casi tan duro como antes, con suaves movimientos arriba y abajo,
mientras tenía las piernas muy abiertas y mi hermano le metía dos dedos en el
culo y con el pulgar frotaba la protuberancia. Lo hacían despacio, sin prisas,
mientras él le decía…
– Sí,
pónmela bien dura otra vez, que quiero gozar de este culito.
– Sabes
que es todo tuyo, amo. Respondió ella, puedes hacer conmigo lo que quieras.
– Entonces
clávatela en el coño para lubricarla y luego en el culo.
Él volvió a colocarse boca
arriba y ella se subió encima para hacer lo que le había pedido, cuando le dijo…Métetela,
pero de espaldas a mí. Quiero ver bien cómo lo haces. Ella se dio la vuelta,
quedando de espaldas a nosotros, y eso me permitió ver como elevaba su cuerpo,
tomaba la polla de mi hermano y lo frotaba a lo largo de su coño una y otra
vez, mientras ambos gemían, hasta que mi hermano le dio una palmada en el culo
y le dijo…
– ¡Clávatela
de una puta vez!
A lo que ella respondió
dejándose caer sobre ella. A esto, siguieron unos meneos de cintura por parte
de ella que observé curioso. Echaba el culo hacia atrás y se inclinaba hacia
delante, luego lo echaba hacia delante y levantaba el cuerpo, al tiempo que
movía uno de los brazos rápidamente. Mientras, mi hermano, se llevaba los dedos
a la boca y se los metía por el culo…, hasta el punto que ya le cabían tres.
Al fin dijo. – ¡Venga puta, que ya estas lista!
¡Métetela por el culo!
A lo que ella respondió
sacándosela y cogiéndola con una mano, la apuntó a su ano y fue metiéndosela
poco a poco.
– ¡Qué estrecha estás, jodida cabrona!
¡Parece que sea la primera vez! Le decía mi hermano… – ¡Cómo me la aprietas!
Aaahhhhhhhh sigue, sigue.
Una vez metida toda dentro, la
hizo moverse subiendo y bajando. Subía hasta casi salirse la verga para luego
dejarse caer, y volvía a repetir. – ¡AAAHHHH
SIGUE, SIGUE, me voy a correeer! Dijo de pronto mi hermano… ¡MAS RÁPIDO, MÁS!
Ella aceleró el ritmo, al
tiempo que su respiración y sus gemidos se aceleraba también.
– ¡ME
VOY A CORRER, AMO! Dijo ella… ¡AAAAAAHHHHHH!
– ¡YO
ME CORRO CONTIGO! Dijo él –
¡AAAAAAAAHHH! ¡Vaya culo que tienes! Podría tragarse todas las pollas del
mundo.
Ella se separó, saliéndosele el
rabo de mi hermano y dejando un ano del diámetro de un soberano de oro.
Enseguida comenzó a salir ese líquido blanco que habría expulsado mi hermano
por su polla… le bajaba por las piernas, mientras ellos se giraban para besarse
en la boca. A estas alturas, he de reconocer que ya me empezaba a gustar ver lo
que las parejas hacían, y notaba que mi verga erecta y dura, me proporcionaba
placer cuando lo tocaba o presionaba. No obstante, si era eso lo que los demás
sentían, no era para tanto.
Recuerdo con mucha ilusión
aquellos días, recorriendo calles, mercados y mercadillos, viendo tanta y tanta
gente circulando por las calles, tantos edificios enormes. ¡Vi algunos de
cuatro pisos! Los carruajes, visitamos museos, tiendas, fuimos en barco,
hicimos compras…. ¡Tantísimas cosas! Lo cierto es que ya no volví a ver a mi
hermano y la criada, ni a mis padres, que dormían en otro piso, porque durante
el día no parábamos de un lado para otro y por las noches, me dormía nada más
acostarme.
El viaje terminó y volvimos a
casa, cada uno a su sitio. Yo volví a oír los gemidos de mi madre y mi padre en
acción, y a seguir viendo lo que hacían. Hoy sé que me había convertido en un
voyeur…. Una de esas noches, se encontraba mi madre a cuatro patas y mi padre
empujando por detrás, cuando se retiró y dándole una fuerte palmada en las
nalgas, le dijo…
– ¡Venga
puta, que hoy me apetece castigarte!, ¡ponte en tu sitio!
Ella se levantó y desapareció
de mi vista por un lateral, seguida de mi padre. Yo tenía una vista magnífica
de su cama, pero no del resto de la habitación. Decidido a observar la novedad,
pensé en cuál sería el mejor lugar para verlos, y me arriesgué a salir de mi
habitación e ir a la puerta principal de mis padres, ya que, al estar en un
lateral, quedaba justo enfrente de donde se habían situado.
Cuando llegué a su puerta,
rezando para que no tuviesen llave puesta, observé que, no solamente no estaba
la llave, sino que además, la cerradura era algo más grande. Al asomarme, vi
que mi madre estaba sujeta por los brazos con unas correas a un gancho que
colgaba del techo, totalmente desnuda, y en el que yo siempre había visto una
lámpara que ahora descansaba a un lado, con las velas apagadas. Mi padre estaba
frente a un armario abierto (siempre estaba cerrado con llave), en el que se
veían todo tipo de fustas, látigos y otros objetos extraños que nunca había
visto y cuyo uso desconocía.
Escogió una fusta larga y fina,
de algo trenzado, y con una parte plana como un cinturón, que mediría
aproximadamente como dos palmos de los míos. También eligió una especie de
pelota de madera o más bien en forma de bellota, con unas correas, la cual
metió en la boca de mi madre, con la punta hacia dentro, y sujetándola en el
cogote con las correas y un pañuelo grande y negro con el que tapó sus ojos. Hecho
esto, tensó la cuerda lo suficiente para que mi madre quedase suspendida hasta
que solamente tocaban el suelo las puntas de los pies y procedió a dar una
vuelta a su alrededor.
– ¡Veo
que ya empiezas a excitarte! ¡Tienes los pezones como velas de grandes y
tiesos!
Le decía mientras los retorcía a uno y otro
lado, o tiraba de ellos, mientras mi madre emitía gemidos ahogados por lo que
llevaba en la boca. También bajaba la mano hasta su coño y estiraba y retorcía
la piel, metía los dedos y otras cosas que no vi bien. Al pasar por su culo, se
lo separó con ambas manos y algo manipuló, incluso creo que metió el mango de
la fusta. No podía verlo porque estaba al otro lado. Yo me había sacado mi polla
y estaba tocándolo y recibiendo agradables sensaciones. Cuando llegó a otro
lado, llevaba la fusta sujeta por el mango, y le preguntaba…
– ¿Por
dónde quieres que empiece, por las tetas, la tripa, los muslos, el culo?
– ¡MMMMMM!
– ¿No
me respondes?…. ¡Ah claro, no puedes hablar! Entonces, permíteme que elija yo.
¿Te parece bien el culo? ¿Sí? ¡
– MMMMMM!
– ¡Bueno,
allá va!
Esperó unos segundos y soltó un
fuerte fustazo, con gran precisión, sobre los pezones. Las lágrimas saltaron
por debajo de la venda de los ojos, mientras un apagado grito se oía.
– ¡MMMMMM!
¡Uy, me he equivocado…., pero veo que te ha gustado! Le
decía mi padre ¿Probamos otra?
Volvió a esperar unos segundos,
moviéndose en silencio mientras tanto, hasta que ¡ZASSSS! El fustazo en la
tripa le marcó una línea ancha y roja, que cada vez aumentaba más de color. ¡MMMMM!
En ese momento, sentí una mano que se superponía a la mía sobre mi polla y un
shhhhh muy bajito. Me quedé helado. No me atrevía a girarme, ni a decir nada.
La mano que sujetaba la mía y mi rabo, se movió para retirar la mía y tomarlo
con mucho cuidado. Vi que la cara conocida de Dulce, agachada a mi lado, se
aproximaba a mi polla, que ya no estaba tiesa, y decía muy bajito…
– ¡mmmm!
Pequeñita pero seguro que muy gustosa.
Y mirándome a los ojos, se lo
metió en la boca. Yo me la quedé mirando sin saber si morirme, alegrarme o qué
hacer. Afortunadamente, ella puso una mano sobre mi cabeza y me hizo volver a
mirar por la cerradura. Con un ojo sobre ella y otro en lo que hacían mis
padres, empecé a disfrutar, mientras mi padre castigaba sin piedad las tetas,
el culo, coño y todo el cuerpo de mi madre. Al fin, sudoroso por el esfuerzo,
con su verga hinchada, y con mi madre con el cuerpo cosido a marcas rojas desde
el cuello a los muslos, mi padre la soltó, le quitó la venda y el objeto que no
la dejaba hablar y la llevó en brazos hasta la cama, dándole besos por todos
los lugares que alcanzaba. La depositó con sumo cuidado, abrió sus piernas, se
metió entre ellas y procedió con un mete y saca continuo pero imparable, hasta
que, con un fuerte gemido depositó su lefa espesar y cuantiosa dentro de ella,
siguió dentro un rato más y terminó acostándose a su lado mientras seguía
besándola y diciéndole palabras cariñosas.
Si te ha gustado el relato, siempre agradezco un comentario al respecto.... TROVO DÉCIMO
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